Es don Rolando Guzmán
caballero comerciante
y que platita sonante
la juntaba con afan,
pero los tiempos están
para vivir mui alerta,
porque a lo mejor en puerta
aparecen los niñocos
mostrando unos buenos chocos
de manera mui resuelta.
Tal fué lo que le ocurrió
al caballero en cuestion,
le dieron un atracon
que casi muerto quedó;
la partida que llegó
fué de siete bandoleros,
pidieron mui altaneros
que les vendieran licor
de ese bueno, superior
que toman los caballeros.
Luego el jefe de partida
pregunta cuanto se debe
por lo que tomó la plebe
de aquella buena bebida,
don Rolando en seguida
les contesta humildemente
que aquello no cuesta «niente»
y ofreciendoles de paso
servirles luego otro vaso
con cara alegre y sonriente.
Pero aquellos desarmados
que al salteo allí van,
tomando al señor Guzmán
lo dejan asegurado;
su madre allí a su lado
fuertemente está amarrada,
la anciana está desmayada
con un susto pavoroso,
mientras los facinerosos
la casa dejan limpiada.
Seiscientos peso en dinero
ropas de cama y vesti,
se llevaron al salir
ésos peines que refiero;
tambien se van como cuero
con el licor que tomaron,
y cuando se retiraron
talvez de pura humorada
una descarga cerrada
I aire ahí mismo lanzaron.