Dios al hombre

  El hijo imbécil de la nada
Osa maldecir su existencia,
I acusando mi providencia
Reniega del bien i del mal!
Para penetrar mis arcanos
En afan estéril se ajita
I rebelde, ciego, me cita
A su insolente tribunal.

  A mil beneficios ingrato,
Mis obras tu labio maldice
I porque bruto no te hice
Te quejas de no ser un Dios,
¿Te consulté cuando mi acento
Pobló de luz el éter vano?
Cuando en su abismo el oceano
Lanzóse rujiendo a mi voz?

  Revelé mi Ser a tus ojos
Cuanto permitió su flaqueza:
Viste en el cielo mi grandeza,
Viste en la tierra mi bondad.
El órden constante del mundo
Te descubre mi intelijencia,
La natura, mi providencia
I el espacio mi inmensidad.

  Ese sol, que ofusca tus ojos,
Sombra de mi fuego divino,
¿Talvez me propuso el camino
Que en el éter le señalé?
¿Por ventura dije a la tierra,
Qué lei sus entrañas fecunda?
Cuando el mar sus playas inunda
O las huye ¿sabe por qué?

  En los desiertos del vacio
Sembré cual polvo las estrellas:
De mi poder mira las huellas
En la tierra, el cielo i el mar.
Por tus sentidos imperfectos,
Envuelto en tiniebla sombría,
Del universo la armonía
Puedes apénas vislumbrar.

  Mira doquier; naturaleza
Sigue su curso majestuosa,
I jamas indaga curiosa
Los designios de su Señor.
Tú, mortal ¡adórale! Aguarda
La leccion final de la muerte
I abandona humilde tu suerte
A tu benéfico Hacedor.

  Libre tu alma del barro impuro,
Caerá de tus ojos el velo:
Desde las alturas del cielo
Mas horizonte abarcarás.
Fuentes serán de altas virtudes
Los males que tanto deploras,
I verás lucir triunfadoras
Mi justicia i tu libertad.

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