Son crímenes mui aciagos
y hechos hasta en pleno dia
por la misma policía
al mando de don Juan Lagos;
trabajadores y vagos
a los pacos les temblaban
porque todos encontraban
cuando iban a la prision
a fieras sin corazon
que luego los flajelaban.
El nombre del Comandante
es Lagos y Juan de Dios,
y se dice que no hai dos
que tengan tanto desplante;
y a la luz ya vacilante
de las luces del cuartel,
se ve que sale un tropel
que conducen amarrados
a dos pobres desgraciados
que nadie ya vuelve a ver.
Custodio Fernandez Lopez
y Elías Araya Abarca
son los que el Prefecto marca
y los llevan a galopes;
van éstos pobres chilotes
en alas de mala suerte,
en la cuesta está la muerte
por órden del Comandante,
dejandolos al instante
cuatro balas allí inerte.
Y otros con lijereza
los llevan al peluquero,
que les raspa como cuero
cejas, bigote y cabeza;
luego el comandante empieza
a gozar como un inglés,
dandoles de vez en vez
de chopazos y patadas,
quedando allí ensangrentadas
las victimas de éste «juez»
Pero ahora ya está preso
Lagos y su compañia
y en Los Andes a porfias
celebran este suceso;
aquí ya no está tan tieso
el famoso Lagos garra,
porque Francklin de la Barra
que es un juez digno y honrado
ya lo tiene asegurado
a la sombra de una parra.