Hecho ya su primer tete,
con la perfidia de un gato,
el Tucho el mal arremete
con furia de mentecato.
El domingo diez de mayo
del año cuarenta y siete,
San Felipe se somete
en religioso desmayo
al culto y la devoción;
mientras tañe la campana
de la Iglesia, con sus preces
de bronce, los feligreses
concurren esa mañana
a alzar a Dios su oración.
Frente al ara consagrada
hay un contrito creyente
que cuitado y reverente,
con fulgor en la mirada,
practica su devoción,
que lo llevó allí el destino
como un augurio implacable.
¡Oración de fé insondable
en el final del camino;
y esa fué su extrema unción!
A las puertas del convento,
en acechanza de fiera,
estaba el Tucho Caldera
con sádico pensamiento
de dar el golpe fatal
a su confiado mandante;
que sale tranquilamente
muy devoto y muy creyente
por la puerta principal.
Ambos hombres se encontraron
y al instante discutieron,
y mil cosas se dijeron,
y mil frases barajaron
que la cuestión enconó.
Mas luego se encaminaron
hacia la tienda de Amar,
discutiendo sin cesar,
y allí los dos se encerraron
y allí el crimen estalló.
Luego Caldera sacó
de su cartera un papel
y con tono duro y cruel
al turco lo presentó
diciendo: —Lo mando yo:
Fírmeme este documento
y no estorbe mi camino,
que aquí soy el hombre fuerte
Esta es tu vida o tu muerte.
Elige, pues, tu destino!
que descubre su vileza,
Pero vinieron los ratis
y le aguaron el pastel,
que se lo comieron gratis
y lo tragaron a él.
En la casa se volvió
un leguleyo sin fin;
y tres años discutió,
y tres años apeló
sacando el cuerpo al violín.
Ha terminado aquí ya la defensa
la sentencia cayó inapelable
y la voz de la ley mexorable
coyó sobre Caldera, dura, tensa.
Y ahora sólo que clemencia espere,
que ahora mandan las leyes del Talión:
“El que a hierro mata, a hierro muere”
y los fusileros le darán la absolución.
Protesta Amar ante el pillo
pero el golpe de un martillo
le perfora la cabeza…
————
y lo manda hacia Cantón…
Saltan los sesos a un lado,
sale sangre a borbotones
y detrás de unos cajones
Amar cae desplomado
y… termina la función.
Es demás son cosas dichas:
Destrozó al muerto primero
como un hábil carnicero,
y creo lo hace salchichas
si el tiempo le da ocasión.
Luego, con calma serena
y sin espíritu humano
lo va a enterrar en lejano
solar, sin la menor pena,
ni la menor impresión.
El crimen ya estaba hecho
y además ¿quién lo sabría?
De la pesca se reía
y al juez se lo hechaba al pecho
con toda su acción legal.
Su hija, viuda del mandante
Amar, desaparecido,
con su derecho adquirido
heredaba del marido
un cuantioso capital.