En lo Miranda, señores,
Hubo la muerte mas cruel:
Los dos pechos le cortaron
A una pobre mujer.
Las dos de la madrugada
Serian cuando llegaron
Los que el crímen perpetraron
En esa hora avanzada.
Ella, viéndose asaltada,
Les dijo a los malhechores:
De mi no tengan temores,
Porque no los venderé.
I este crímen fué, diré,
En lo Miranda, señores.
La mujer, al cerciorarse
Del crímen que triste tuvo,
Por salvarse pronto anduvo;
Pero no pudo salvarse.
Imposible era librarse
De mano asesina infiel,
Que ese crimen vino a ser
En aquel momento advierto,
En una mujer, por cierto,
Hubo la muerte mas cruel.
Los dos hombres al momento
Que a la mujer ultimaron
A rejistrar empezaron
Aquel fatal aposento.
En el rejistro un asiento
Que fuera bueno no hallaron;
A descansar se sentaron
Contemplando a la finá,
I para mayor crueldá
Los dos pechos le cortaron.
Despues de haber contemplado
A su víctima, se fueron,
Porque encontrar no pudieron
Lo que allí habian pensado.
A la mujer ¡Dios amado!
La dejaron como a Abel,
Asesinada, han de creer,
Tendida en su propio lecho,
Cortándole hasta los pechos
A una pobre mujer.
Por fin, estos criminales
Que hicieron tan triste muerte
Merecen sufrir la suerte
De las fieras infernales.
La policía estos males
Los debe de remediar,
Si es que no quiere dejar
Ni un bandido delincuente
De los que continuamente
Matan en la capital.
PEDRO VILLEGAS.
Impreso por P. Ramirez.—Echáurren, 6.