En la mañana el bandido
Belarmino Ponce estaba
Tranquilo; no contestaba
Si nó con mero sonido…
Mejor hubiera qu[eri]do
Que no lo interr[ogar]an
Y que no lo mole[sta]ran.
El ultimatum leyéronle
Y al banquillo condujéronle
Para que lo fusilaran
Resuenan lúgubremente
En los pátios y paseos
Los grillos de algunos reos
Vestidos mui pobremente,
Ponce está tranquilamente
¡Ai! La sentencia escuchando
Con grandes ojos mirando
Aquel inmenso jentio;
¡No siente calor ni frio!
¡Parece lo están casando!…
Concluida la lectura
Lo exhortan los relijiosos;
El con ojos mui rabiosos
Matar sin duda procura
A sus guardianes ¡locura!
Cuando el padre Capdevila,
En quien la bondad se asila,
¡Ai! Le echó su bendicion,
La hiena sin corazon
Su fin cerca no horripila!
En el banquillo sentado
Está y la guardia ya lista,
Ya se le venda la vista
Y se queda sosegado…
La descarga ha resonado,
Dió la seña el oficial
Cual costumbre en caso tal;
El cuerpo apénas se mueve
Con movimiento mui leve!
Concluyó un hombre de mal!
Adelantóse un sarjento
Y el golpe de gracia dió,
De nuevo el cuerpo saltó
Y… quedó sin movimiento.
Mui triste el fusilamiento
Fué, pues causa horror, señores
El pensar que los doctores
Al podre Ponce salvaron
Y en seguida lo entregaron
¡Ai! A sus fusiladores.
La conducta que observó
Belarmino en su prision
Fué la de hombre sin razon,
Núnca a nadie respetó
Núnca a nadie obedeció,
A todo el mundo insultaba
Si lo hablaban contestaba
Con mil insultos soeces!
Echaba al diablo a sus jueces!
Ni al alcaide respetaba!
TULIPAN ROJO.
Enero de 1888.