El soldado matador
del Teniente Larrain,
pagó su delito al fin
con un suplicio mayor.
Bien conserva la memoria
el triste acontecimiento
con que el siete Rejimiento
echó un crespon a su historia:
un jóven lleno de gloria
que combatió con valor,
sin causa la que menor
fuè vilmente asesinado
i ayer mismo fusilado
el soldado matador.
Como fué la pelotera
todo el mundo aquí lo sabe
i aunque el caso es mui grave
yo lo espondré a la lijera:
por una causa cualquera
talvez con justicia o sin
el cuerpo todo en confin
reclamó el rancho mal hecho
i una bala pasó el pecho
del Teniente Larrain.
Era el oficial querido
por la tropa como un Dios
por eso el crímen atróz
fué por todos mui sentido;
el reclamo fué atendido
pero el hechor con esplin
o del licor comodin
le dió tan horrible muerte,
pero con la misma suerte
pagó su delito al fin,
En el cuartel que hai situado
en la calle de Argomedo
con fé cristiana i sin miedo
pagó la pena el soldado;
fué atendido i confesado
por un santo i buen pastor;
¡sentimos tanto rigor,
pero tambien el Teniente
cargó, con ser inocente,
con un suplicio mayor.
¿Por que causa el Dios del cielo
en medio de nuestro gozo
perturba nuestro reposo
i nos manda un desconsuelo?
¡son misterios que en su celo
ninguno puede medir!
¡que pensar i que decir
nos dá esta máxima ingrata:
“El hombre que a hierro mata
a hierro debe morir”!