En una humilde cabaña
Santa Jenoveva estaba,
Al niño lo alimentaba
Con leche de sus entrañas.
La mui bizarra mujer
Huyó al desierto penoso,
Solo por buscar el gozo,
La alegría i el placer;
Concluyó su padecer
En la lóbrega montaña,
Si la vista no me engaña
Dijo acabaré el sufrir;
I se propuso vivir
En una humilde cabaña,
Se arrancó desde el castillo
Por no padecer injusto,
Para vivir mas a gusto
En el prado buscó el brillo;
Con su corazon sencillo
Solita se deleitaba,
Al infante lo cuidaba
Por librarlo de la muerte;
I en una cueva por suerte
Santa Jenoveva estaba.
Pensativa la princesa
Se vió de dia por dia,
I a Dios pedia alegría
por desechar la tristeza;
Nunca abolió la nobleza
Por las partes donde andaba,
Contando se consolaba
En esos campos terrestres,
I con frutitas silvestres
Al niño lo alimentaba.
Pensando en su noble amante
De noche se desvelaba;
Tan pronto que se acostaba
Suspiraba delirante,
Cuidaba del tierno infante
Como con astucia i mañas,
Lo mismo que por hazañas
Vestia a su hijo lo indico,
I lo crió desde chico
Con leche de sus entrañas.
Al fin, una sierva fué
La que corrió acompañarla;
Solo para consolarla
Donde ella llegó diré,
Cuando ya la vió a su pié
La recibió placentera;
La santa su compañera
Con jovialidad i cariño,
A un rubio i bello niño
Lo ocultaba en la pradera.