Erase un piojo atrevido
de porte descomunal,
habitante inmemorial
de la testa de un marido,
piojo en fin que habia sido
decendiente mui honroso,
del mismo Job, el leproso,
de que nos habla la historia,
por último, un piojo gloria
aristócrata i rangoso.
Paseábase el testarudo
una mañana, despacio,
i al divisar un acacio
le dijo con tono rudo;
vea Ud. señor membrudo,
de estatura corpulenta,
si vamos hechando cuenta,
quien vale mas de los dos,
yo me voi a volver Dios
i tú, a volverte pimienta.
El acacio dijo riendo:
oiga usted don balandron,
si usted mereciera el don
no me estuviera ofendiendo,
como todo estaba oyendo
i consintiéndolo el amo,
tomó del acacio un ramo
i dél hizo una peineta
i en cuanto estuvo completa
el piojo se volvió gamo.
El peine lo visitó
al piojo i le dio su queja
i en seguida de una oreja
de su casa lo sacó;
mas como el piojo lloró
le dijo el peine clemente:
ya vé, señor insolente,
la ventaja de hacer mal;
yo pasé a ser policial
i vos, a ser delincuente.
De todo lo relatado
mui claramente se piensa,
que no es bueno hacer ofensa
ni al ser mas vil [i] apocado,
así sea un potentado
el ofensor, o un atleta,
porque la suerte es veleta
i le puede reservar
lo que le llegó a pasar
al piojo con la peineta.
Nota: verso publicado por Pepa Aravena, ver y Rólak, ver, ver.