Lectores: El gran suceso
Que está a la órden del dia
Hoi en todo Chile entero:
La muerte del parricida
Que en Chillan mató a su padre,
Cuya espantosa noticia
Tanto ha conmovido a Chile
I hasta a la misma Arjentina,
Aunque ya fué publicado
De nuevó va aquí en seguida
Para que tengan a bien
De pasar por él la vista
En el dia tres del mes
De (Octubre) ¡fecha maldita!
De San Cárlos a Chillan,
En el tren de medio dia
Llegó un jóven chillanejo,
I se dirije en seguida
A casa de don Ernesto
Paulsen; i ahí unas copitas
Bebió de cerveza o ponche,
De oporto, jerez o chicha.
Ya estando un tanto alumbrado
Nuevamente se encamina
Para una casa de ajencia
I allí un reloj deposita,
Con cuya plata un revólver
Compra; lo carga i de prisa
Se va a su casa, i allí
A una de sus hermanitas
Le manda llame a su padre
I le anuncie su visita
I don José Antonio Acuña
La desventurada víctima
Cómo iria a imajinarse
Por un momento las miras
O intenciones de su hijo
Que a su casa le traian!
Cuando el anciano señor
Supo por su amada hijita
Que el hijo ingrato llegaba
Al seno de la familia,
Henchido el pecho de gozo
A verlo se precipita.
Al ver el hijo a su padre
Lo amonesta que le siga
Para la calle, “porque
Hablarle a solas queria
Para pedirle perdon
Por la conducta atrevida
Que tuvo de presentarse
En su contra, a la justicia
Porque dejarlo casarse
Con una excetente niña
Mui honrada i mui honesta
Su cruel padre no queria.”
Ya en la calle ¡oh, Dios bendito!
Aquel mozo ébrio de ira
¡Con tres tiros del revólver
Al que es su padre asesina!
Los dos primeros balazos
Le abren dos grandes heridas:
El primero al corazon
I el segundo en la barriga
Por cuyas heridas cae
Muerto al instante en la misma
Vereda, cerca a su casa,
Ante la alarma inaudita
De los que han visto caer
A la desgraciada victima
………………………………
El hijo-hechor cuando vió
Muerto al autor de sus dias
Por sus propias manos, corre,
Corre veloz calle arriba
Gritando con voz vibrante:
—”¡Al hechor! ¡Al homicida
Que ha muerto a mi padre!” Pero
Cuando seis cuadras había
Corrido ya, es detenido
Por el capitan de linea
Señor don Joaquin Contreras,
I al cuartel de policía
Lleva al hijo sanguinario
Que a su anciano padre ultima!
———
Del cuartel al reo llevan
A donde cometió el hecho,
Pero de la calle ya
Habian llevado al muerto
Para su casa; i allí
Tambien conducen al reo.
El juez del crímen tambien
Con otros varios sujetos
Llegan ahí a presenciar
El alevoso suceso,
I entre estos sujetos iba
El cumplido caballero
Señor Aníbal Zañartu
El jefe del ministerio,
El que, con mucha emoción
Le pregunta al jóven reo:
—¿Conoces este cadáver?…
I Acuña contestó: —”Pero
¡Cómo no he de conocer
A mi padre, que lo ha muerto
Ese asesino que yo
Denantes iba siguiendo!”—
El juez i el señor ministro
Una mirada se dieron
De asombro, al ver el cinismo
Con que les contesta el preso.
El señor ministro vuelve
A interrogarlo de nuevo
Con estas sérias palabras:
—¿No te arrepientes de haberlo
Muerto por tus propias manos?
¿Miras con calma o desprecio
Este horrible asesinato
Que a la luz del dia has hecho?
Si diez testigos han visto
Que a balazos habeis muerto
A tu pobre padre que,
Desvalido e indefenso,
Ha caido ante el furor
De tus instintos violentos.
¿De qué te sirve negar
Tu crimen, jóven perverso?
—¿No se te acongoja el alma,
Jóven corazón de hierro,
Ver al que te ha dado el ser,
En charcos de sangre envuelto?
¿Qué ceguedad, qué desvio,
Qué rencor tan estupendo,
Qué delirio, qué ambición;
Qué maléficos ensueños
Te han impulsado, infeliz
A cometer tan tremendo
Crímen en tu propio padre
Que aunque estás viendo su cuerpo
Destrozado por tu mano
Dices que tu no lo has muerto?”
Ante frases tan concisas
Del jefe del ministerio,
Ya José Antonio Segundo
No pudo negar el hecho,
I lo confesó con frases
De disculpas i pretestos
Para atenuar en un algo
El alevoso suceso.
Espuso que “su papá
Fué el que acometió primero
Con un mui agudo estoque
Del baston; i, que esto viendo
El, para no ser herido
Por su padre, buscó presto
Con que defenderse, i pudo,
Obligado, en tal estremo,
Con su revólver dar muerte
Sin premeditado intento
Al autor de su existencia
Que ha muerto en tan triste duelo.”
I diciendo esto el hechor
Rompió en llanto lastimero
Al ver a su infeliz madre
Que la vienen conduciendo
Cuasi desmayada a donde
Su marido yace yerto…
I no seré yo quien pueda,
Lectores, dar un bosquejo
Siquiera aproximativo
Aquí, del cruel sentimiento
Que se dibuja en el rostro
De aquella esposa del muerto
I madre del victimario.
¿Habrá sentir mas intenso,
Pena mas mortificante,
Dolor mas agudo i récio
I angustia mas matadora
Que, cual afilado acero
Traspasan el corazón
En el trance mas supremo
De la esposa i madre, que
A un tiempo llora dos duelos?
Por eso he dicho que yo
No daré aquí ni un reflejo
Del terrible i cruel dolor
Que hiere el corazón tierno
De la atribulada esposa
Que llora al esposo, muerto
Por el hijo que ella misma
Nueve meses crío en su seno!
¡Esposa desventurada!
Madre infeliz, compadezco
Yo como el que mas tu pena,
Tu suplicio tan horrendo!
Que Dios con su gran poder
Mitigue tu desconsuelo,
I a tu caro i noble esposo
Lo tenga en su santo reino
Son los votos del humilde
Autor de estos tristes versos
Que da a la publicidad
Para ejemplo i escarmiento.
Lectores: El gran suceso
Que está a la órden del dia
Hoi en todo Chile entero:
La muerte del parricida
Que en Chillan mató a su padre,
Cuya espantosa noticia
Tanto ha conmovido a Chile
I hasta a la misma Arjentina,
Aunque ya fué publicado
De nuevó va aquí en seguida
Para que tengan a bien
De pasar por él la vista
En el dia tres del mes
De (Octubre) ¡fecha maldita!
De San Cárlos a Chillan,
En el tren de medio dia
Llegó un jóven chillanejo,
I se dirije en seguida
A casa de don Ernesto
Paulsen; i ahí unas copitas
Bebió de cerveza o ponche,
De oporto, jerez o chicha.
Ya estando un tanto alumbrado
Nuevamente se encamina
Para una casa de ajencia
I allí un reloj deposita,
Con cuya plata un revólver
Compra; lo carga i de prisa
Se va a su casa, i allí
A una de sus hermanitas
Le manda llame a su padre
I le anuncie su visita
I don José Antonio Acuña
La desventurada víctima
Cómo iria a imajinarse
Por un momento las miras
O intenciones de su hijo
Que a su casa le traian!
Cuando el anciano señor
Supo por su amada hijita
Que el hijo ingrato llegaba
Al seno de la familia,
Henchido el pecho de gozo
A verlo se precipita.
Al ver el hijo a su padre
Lo amonesta que le siga
Para la calle, “porque
Hablarle a solas queria
Para pedirle perdon
Por la conducta atrevida
Que tuvo de presentarse
En su contra, a la justicia
Porque dejarlo casarse
Con una excetente niña
Mui honrada i mui honesta
Su cruel padre no queria.”
Ya en la calle ¡oh, Dios bendito!
Aquel mozo ébrio de ira
¡Con tres tiros del revólver
Al que es su padre asesina!
Los dos primeros balazos
Le abren dos grandes heridas:
El primero al corazon
I el segundo en la barriga
Por cuyas heridas cae
Muerto al instante en la misma
Vereda, cerca a su casa,
Ante la alarma inaudita
De los que han visto caer
A la desgraciada victima
………………………………
El hijo-hechor cuando vió
Muerto al autor de sus dias
Por sus propias manos, corre,
Corre veloz calle arriba
Gritando con voz vibrante:
—”¡Al hechor! ¡Al homicida
Que ha muerto a mi padre!” Pero
Cuando seis cuadras había
Corrido ya, es detenido
Por el capitan de linea
Señor don Joaquin Contreras,
I al cuartel de policía
Lleva al hijo sanguinario
Que a su anciano padre ultima!
———
Del cuartel al reo llevan
A donde cometió el hecho,
Pero de la calle ya
Habian llevado al muerto
Para su casa; i allí
Tambien conducen al reo.
El juez del crímen tambien
Con otros varios sujetos
Llegan ahí a presenciar
El alevoso suceso,
I entre estos sujetos iba
El cumplido caballero
Señor Aníbal Zañartu
El jefe del ministerio,
El que, con mucha emoción
Le pregunta al jóven reo:
—¿Conoces este cadáver?…
I Acuña contestó: —”Pero
¡Cómo no he de conocer
A mi padre, que lo ha muerto
Ese asesino que yo
Denantes iba siguiendo!”—
El juez i el señor ministro
Una mirada se dieron
De asombro, al ver el cinismo
Con que les contesta el preso.
El señor ministro vuelve
A interrogarlo de nuevo
Con estas sérias palabras:
—¿No te arrepientes de haberlo
Muerto por tus propias manos?
¿Miras con calma o desprecio
Este horrible asesinato
Que a la luz del dia has hecho?
Si diez testigos han visto
Que a balazos habeis muerto
A tu pobre padre que,
Desvalido e indefenso,
Ha caido ante el furor
De tus instintos violentos.
¿De qué te sirve negar
Tu crimen, jóven perverso?
—¿No se te acongoja el alma,
Jóven corazón de hierro,
Ver al que te ha dado el ser,
En charcos de sangre envuelto?
¿Qué ceguedad, qué desvio,
Qué rencor tan estupendo,
Qué delirio, qué ambición;
Qué maléficos ensueños
Te han impulsado, infeliz
A cometer tan tremendo
Crímen en tu propio padre
Que aunque estás viendo su cuerpo
Destrozado por tu mano
Dices que tu no lo has muerto?”
Ante frases tan concisas
Del jefe del ministerio,
Ya José Antonio Segundo
No pudo negar el hecho,
I lo confesó con frases
De disculpas i pretestos
Para atenuar en un algo
El alevoso suceso.
Espuso que “su papá
Fué el que acometió primero
Con un mui agudo estoque
Del baston; i, que esto viendo
El, para no ser herido
Por su padre, buscó presto
Con que defenderse, i pudo,
Obligado, en tal estremo,
Con su revólver dar muerte
Sin premeditado intento
Al autor de su existencia
Que ha muerto en tan triste duelo.”
I diciendo esto el hechor
Rompió en llanto lastimero
Al ver a su infeliz madre
Que la vienen conduciendo
Cuasi desmayada a donde
Su marido yace yerto…
I no seré yo quien pueda,
Lectores, dar un bosquejo
Siquiera aproximativo
Aquí, del cruel sentimiento
Que se dibuja en el rostro
De aquella esposa del muerto
I madre del victimario.
¿Habrá sentir mas intenso,
Pena mas mortificante,
Dolor mas agudo i récio
I angustia mas matadora
Que, cual afilado acero
Traspasan el corazón
En el trance mas supremo
De la esposa i madre, que
A un tiempo llora dos duelos?
Por eso he dicho que yo
No daré aquí ni un reflejo
Del terrible i cruel dolor
Que hiere el corazón tierno
De la atribulada esposa
Que llora al esposo, muerto
Por el hijo que ella misma
Nueve meses crío en su seno!
¡Esposa desventurada!
Madre infeliz, compadezco
Yo como el que mas tu pena,
Tu suplicio tan horrendo!
Que Dios con su gran poder
Mitigue tu desconsuelo,
I a tu caro i noble esposo
Lo tenga en su santo reino
Son los votos del humilde
Autor de estos tristes versos
Que da a la publicidad
Para ejemplo i escarmiento.