El mónstruo de Marsella

A la celestial princesa,
Madre del Divino Verbo,
le pido me dé su gracia,
porque sin ella no puedo
mover mi rústica lengua
ni dar a entender al pueblo
lo que sucedió en Marsella
a un desdichado mancebo,
por sus torpezas i vicios
i asombrado atrevimiento;
i con el favor divino
de la que es Reina del Cielo,
daré principio al romance
para que sirva de ejemplo
a los que sigan los vicios
i deleites de este suelo.
En la ciudad referida
residia un caballero;
este tal tenia un hijo,
cuyo nombre no refiero
mas diré que era un alarbe,
según lo dirán sus hechos.
Apénas llegó a quince años,
quiso vivir tan travieso
en las mas ardientes llamas
del abismo del infierno.
Y apénas le vió su madre
en aquella forma puesto
cayó en tierra desmayada
y recobrando el aliento,
llorando lágrimas tiernas
al Autor del universo
pidió que le perdonase
pero no hubo remedio
porque ya ardia en las llamas
de los abismos eternos,
Alborótose la casa
los vecinos y los deudos,
y todos los moradores
de la ciudad acudieron
y al ver visión tan horrible,
sin poder tomar aliento,
atónitos y asustados
muchos en tierra cayeron.
Unos santos sacerdotes
conjuraron al momento
el espectáculo, y dando
un estallido tan récio,
que pareció se caian
los astros del firmamento,
desapareció, dejando
un olor tan violento
de azufre por la ciudad
que duró por mucho tiempo.
Los otros diez que quedaban,
la cuadrilla deshicieron
y en conventos diferentes
el hábito recibieron
del seráfico Francisco.
misericordia pidiendo
a Dios y a su santa madre
con gran arrepentimiento
para que Dios les perdone
los malos pasos que dieron.
A la enmienda pecadores,
pongamos al vicio freno,
y observemos la obediencia
a nuestos padres, que en este
quedaremos vencidos
del Sacro Espíritu Eterno.
Mirad que Dios nos lo manda
en el cuarto mandamiento
de su Santa lei Divina,
que de esta suerte tendremos
paz y concordia en la tierra,
y eterna gloria en su reino.

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