Pidiendo amparo
(Por José Pino Toro, poeta popular de San Fernando)
Otro Toro desvalío
con ochenta años de edad,
implora la caridad
después que tanto ha servío;
a los mal agradecíos
que toda mi vida hey dao
–seis veces accidentao
peliando con los bandíos–
se han hecho desentendíos
y no me han jubilao.
Mi conducta es sin rival,
honrao y con religión
no tengo vicio mayor
que me pueda deshonrar;
una vez que salí a andar
cuando tenía veinte años
olvidando mis rebaños
lo dejé todo botao
y en el tren que iba a Codao
me acomodé sin engaño.
Yo me tengo por valiente
por tanto me fuí de noche,
muy metido en ese coche
camino de San Vicente;
pa que no riera la gente
preguntar no me atrevía;
con mi humanidad perdía
sin salir de un callejón
vine a dar con la estación
allá por el mediodía.
Esa vez que salí a andar
fué el año noventa y cinco
y yo ya me había inscrito
pal servicio militar;
y por quererme librar
perdí lo más que tenía
porque yo muy bien sabía
que antes de salir llamado
había que irse pa Santiago
pa entrar de policiía.
Una vez salí a formar
para salir al servicio
y me miraba que es vicio
un cuerpudo capitán,
Mi primero Salazar,
por orden que a mí me dan
va a mandar a este guardián
a san Antonio… ¿Por qué?
Por lo re bien que se ve
con la ropa e militar.
Allí me pelié señor
con el mismo Presidente
que llegó muy de repente
con Ministro el Interior;
por creerse tan Mayor
y el tránsito contraponer
como no quiso entender
al cochero llevé preso
y esto me trajo un ascenso
por cumplir con mi deber.
Allá por la Nochebuena
del año noventa y ocho
en la ribera del Mapocho
me tocó guardia serena;
hacían ramás muy buenas
y en el mercado Central
me tiraron pa matar
a un grupo ´e nueve bandíos
y se juntó el gentío
para verme a mi peliar.
Pero yo saqué mi espada
y comencé a barajar,
batiéndome en retirar
pa que no me hicieran nada;
pero varias cuchilladas
de los malditos toqué
y cuando quedaban tres
arrancaron de repente
por entremedio e la gente
que me vivaba después.
Pero yo no me quedé
y herido, en sangre bañao,
les salí por otro lado
hasta que me los pillé;
los pasé con parte al Juez,
que en la cárcel los dejó
y pagar les obligó
la cura de mis heridas,
y aún peligrando la vida
de mi nadie reclamó.
Salí con un ojo menos
con pierna y brazo quebraos
y con dos dedos cortaos
en defensa de lo ajeno;
no me quedó nada bueno,
me cortaron dos carreras,
las que muy brillantes fueran
pues también fuí boxeador
y recuerdo con honor
que nadie me compitiera.