El asesinato del Pollero
Relato completo del Crímen.
EL HECHOR
ES CONDENADO A MUERTE
SOLICITA SU INDULTO
(ROMANCE)

  La media noche seria
si mi memoria no yerra
cuando, por una ventana
entró el Chonchon a mi pieza.
Como sé que es este un pájaro
correo de malas nuevas
quedéme, ansioso esperando
lo que decirme tuviera;
como que es él quien al punto
que algún crímen se perpetra
viene volando a mi cuarto
del crímen a darme cuenta
para que yo lo relate
a los que estos versos lean.
Estuvo el «Chonchon» mirándome
y luego con voz siniestra
me dijo cerrando un ojo:
” Se fatalizó Sanhueza!!
” Con el Pollero y con Campos
” salieron de una taberna
” en donde habian bebido
” varias copas de cerveza,
” para irse á dormir la mona
” cada uno a su vivienda.
” Iban los tres muy contentos
” hablando cosas diversas,
” como ser: de sus negocios,
” de sus viñas y cosechas;
” al llegar frente a una casa
” de la calle de Carrera,
” en donde estaba parando
” por aquel tiempo Sanhueza,
” invitó a sus dos amigos
” con muy corteses maneras
” a que entraran un momento
” a departir a su pieza.
” La charla trajo las copas
” y siguieron pronto a éstas
” los vocablos injuriosos
” y las palabras groseras;
” de repente se abalanza
” lleno de furor Sanhueza
” contra el infeliz Pollero
” y lo hace rodar por tierra;
” a Cámpos dice en seguida
” que lo agarre de las piernas
” y sacando una navaja
” a su victima degüella.
” Huye despues espantado
” del sitio de aquella escena
” de dia y de noche oyendo
” los gritos de su concieucia
” no obstante haber sido el crímen
” fruto de la borrachera.
” La justicia inexorable
” caminando tras su huella
” dió al fin con él y engrillado
” trajéronlo de su hacienda
” y en oscuro calabozo
” sufriendo dos años lleva,
” sin escuchar otro ruido
” que el ruido de sus cadenas.
” Hace poco, condenado
” ha sido a la última pena.
” ¡Permitan Dios y la Vírjen
” no se cnmpla la sentencia!
” y que en vista de que ha sido
” siempre un buen hombre, Sanhueza
” encuentre en los majistrados
” misericordia y clemencia».

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LA FUGA
DE TRES PRISIONEROS CHILENOS DE UN CAMPAMENTO PERUANO

Por si hubiera algún mortal
Que no sepa lo que es bueno
O mas bien dicho, no sepa
Lo que es el valor chileno,
Voi a referirle aquí
Una historieta que tengo,
Para que de ella saque
Un juicio cabal i recto
De lo que capaces son
Esos bravos sin ejemplo
Que hoi le zurran al Perú
En el mar i en el desierto.
— Cuando los cholos infames
De Tarapacá huyeron
Para Arica, nos llevaron
Unos cuantos prisioneros,
Entre éstos iban tres:
Era un sarjento primero,
(Necochea) i dos soldados:
San Martin, un bravo neto,
I Marin que amas de bravo
Era el mismo diablo en cuernos,
Gracioso hasta decir basta,
Pechugonaso i despierto,
— Convino un dia en fugarse
Este valeroso terno;
I tambien, los tres juraron
De quedar como un arnero
O a los peruanos robarles
Un estandarte chileno……
Llega, pues, la media noche
I aprovechan el silencio
O el roncar de los cholillos,
De guatita, por el suelo
Se arrastraron, i Marin
Se encamina mui resuelto
A robarse el estandarte
De entre miles de negros.
¡Toma la preciada joya,
Se la echa al hombro, en contento,
…Pero… oh suerte triste i perra!
Lo sienten los peruleros
I a palos i a culetazos
Lo dejan casi por muerto,
Mas, Marin no se manea
I grita: — «Venga, sarjento,
Que pesa mucho este diablo»
I les improvisa un cuento,
Diciendo que es sabedor
De un complot jigantesco
I que él denunciaria
A muchísimos jumentos,
I por este ardid quedó
El atrevido con cuero;
Pues los cholos se pensaron
I tenian fundamento
Que el dejar vivo a Marin
Harian descubrimientos…
Ya esa noche fracasó
De los tres su gran proyecto,
Pero a la otra noche, sí
Que echaron alas al viento
De este modo: Necochea
Clamó: «¡Bastante sed tengo
Voi, mi cabito, a ver si hai
Aguita en aquel estero!»
I Marin tambidn clamó: —
«¡Ya se me seca el güargüero!»
Consiguió tambien permiso.
I San Martin esto viendo
Se dispara de la fila
Como caballo de invierno…
I los tres toman el campo
Patas para que las quiero…
Los cholos, bien cutamudos
En vano lo persiguieron
Si los tres como huanacos,
Salvando despeñaderos,
Sin descansar un ratito
Toda la noche corrieron,
Pues querian verse libres
I a fé que lo consigueron.
Cuando el dia echo sus luces
Se encuentran nuestros mancebo
¿En que parte? ¡Maldición!
— «En la copita de un cerro,
I para mas desventura,
Sin darse cuenta del hecho,
A los piés de aquel gran morro
Ven el enemigo ejército.
Marin dijo, con gran mozo:
— « Aguarden cholos sopencos,
Hijos de punta e mi manta
Ya verán como los friego.»
I empiese a empujar un risco;
Se oponen sus compañeros
Pero Marin incistió
En su diabólico empeño;
— «Vengan a ayudarme, dijo,
A aplicar el lanza fuego.»
Le ayudan i el diablo grita:
— «Una, gallinasos puercos;
Dos, Sambos asquerosasos,
Tres, Maricones camuesos……»
I el risco emprende su viaje,
Al principio, un poco lento,
Pero luego despues ¡Cristo!
Su correr es tan violento
I arrastraba tantes piedras
Aquel proyectil grocero,
E hizo polvareda tanta
Que al llegar al campamento
Si hiso algunos estragos
No han visto sus artilleros.
De allí prontito la marcha
Siguen los pobres viajeros,
¡Llevando por guia el sol!
Por escabrosos senderos,
Sin una gotita de agua
Ni ménos un pan de afrecho.
Caminan de dia i noche
Por quebradas, portezuelos,
Pero ¡ai! la horrible sed
Hizo sentir sus efectos
En el jóven Necochea
Que al fin se encontró muriendo.
Marin quizo reanimarlo
Diciéndole: — «Mi sarjento: —
¿Se ha vuelto usted gallinazo?
¡Vaya, que mucho lo siento!»
Mas, viendo el noble soldado
De que el caso era mui sério
Esclamó: —«No soi pechoño
Pero sinembargo, oremos.»
Se hinca él i San Martin,
I elevan la vista al cielo
I una lágrima rodó
Por aquellos rostros tiesos!
Se levantan i Marin
Le dice a su compañero:
—«Por ahí» i los dos se marchan
En busca de agua, lijeros.
No trascurren diez minutos
Cuando el grito placentero
Se ayó de Marin, que dijo,
Con regocijo estupendo:—
— «No se muera todavía
Sarjentito, que allá vuelvo.»
I efectivamente llega
Con el kepí mas de medio
De agua, que el jóven bebió
Con lo cual recobró aliento,
El agua le dió la vida
Pues quedó hien sano i bueno,
A otro ratito, Marin
Dijo con tono burlesco
— «Nuestra madre de Andacollo,
Pues ya lo dicho está hecho,
Pero yo no haré mas manda
Para hallar un arroyuelo
Sin haber buscádole ántes;
Pero en fin, ya está, i marchemos.»
Siguen su marcha penosa
Ya no con sed, pero hambrientos
I caminan i caminan……
Cuando de repente un pueblo
Divisan hácia la costa,
Entre brumas i reflejos.
Marin gritó entusiasmado;
—«De allá somos, caballeros.»
Sus dos amigos se oponen
De ir a aquel lugarejo,
Alegando que eran prófugos
I que allá serian presos,
I el bravo Marin les dijo,
Entre gracioso i enérjico
«Ustedes son maricones,
Pues, así ya lo comprendo.
Mas bien quieren morir de hambre,
Que no ir al vino añejo
I a comer cazuela de ave.»
I diciendo así, corriendo
De sus amigos se aparta,
I lueguito estuvo léjos.
Necochea dijo: — «Nó,
No es justo que lo dejemos
Que vaya a fenecer solo,»
I remando a cuatro remos
Lo alcanzan i los tres niños
Pronto ante el pueblo estuvieron.
I van a ver mis lectores
Cómo estos tres macabeos,
Sin mas armas que la boca
Se hacen de una ciudad dueños:
Entran a carrera abierta
Vivando a Chile i diciendo:
— «No se tire ningún tiro,
A puñal que todo es nuestro.»
………………………………………………………
………………………………………………………
A esta terrible voz,
Se anegaron los avernos;
Se desquiciaron planetas;
Tembló la tierra i el cielo;
El sol apagó su luz,
I los mares se salieron.
En cuanto a los habitantes
Que esa voz tambien oyeron,
Lo mismo que un cañonazo,
Despues de sentir el fuego,
Salieron de sus cobachas,
Unos, golpeándose el pecho,
Los otros, con tanta lengua
Misericordia pidiendo…
I el gran jeneral Marin
Sin decir «aquí las tengo»
Donde mejor le cuadró
Acampa su rejimiento,
I lueguito tocó a rancho,
I pronto vino el almuerzo,
Vino, i azúcar con agua,
Harina i otros refrescos.
Despues hizo recostarse
I tambien dormir un sueño
A su jente, i él se echó
Al hombro un palo bien grueso,
I se principió a pasear
Mui si señor i mui terco.
Aquí llegaban las cosas,
Cuando se sintió un estruendo
De armas i jente chola
Que pronto le hacen un cerco.
— «¡Abran la puerta bribones!»
Les gritan los indios feos,
IMarin, de adentro grita:
— «Cállense zambos rosqueros,
Que si siguien fastidiándome
A revólver los condeno…»
En esto se abrió la puerta
I una bandada de cuervos
Entra para merendarse
A tres hombres indefensos;
Pero Marin es hermano
Del fraile autor del invento
De la pólvora, i a risas
Se les encara diciendo:
— «Arribita, aquí nos tienen,
Pues si han venido a comernos,
¿Qué hacen pues cholos roñosos
Que no nos despachan luego?
Pero apronten el gaznate
Para mis cumpas chilenos
Que mañana aquí estarán, (1)
Porque ya no está mui léjos.
¿Qué hacen, que no nos matan
¡Vean que cholos pendejos!»
Entónces, un italiano
Que entre los cholos, revuelto
Venia, les hizo ver
A los cuervos que era cierto;
Que al hacer tal desacato
Correrian un gran riesgo.
Los peruanos meditaron
Un poco, i se persuadieron
Que era verdad de que habia
Un peligro mui inmenso,
I le dicen al bachicha:
«Llévese estos diablos sueltos.»
I el italiano los lleva,
Sin trepidar un momento,
Para su casa i les hace
Tambien algunos festejos,
Despues el bachicha noble
Llamó a un paisanito nuestro
I le dijo: —«Anda a guiar
A estos seres intrépidos,
A éstos, cuyo valor
Traspasa al de aquellos jénios
De las fábulas fantásticas
En mil pavorosos cuentos;
A estos tres diablos sin hiel,
Que para baldon eterno
De estos mil de cucarachos
Que aquí viven i yo entre ellos,
Nos han tomado la villa
Causándonos tanto miedo…»
Marchan pues, los tres amigos
I dan agradecimientos
Al jeneroso italiano,
Por su buen comportamiento.
I salen de aquel lugar,
Alegres i harto risueños:
Tanto porque echaron guata,
Cuanto por ir al encuentro
De sus buenos camaradas,
De sus amigos sinceros.
Poco habian caminado
I topan con otro asiento
De chocitas i cuartuchos
De mui miserable aspecto.
Pronto el jeneral Marin
Frunciendo a la fuerza el ceño
Les dice a unas dos viejas:
— «Mujeres: —pues si yo quiero
Por quitame estas pajitas
Aquí a todas las degüello,
Pero no lo haré, i preséntenme
Lijerito un mensajero
Para mandarlo volando
Adonde están los chilenos»
I al sarjento Necochea
Le dijo: — «Mi buen sarjento;
Escriba lueguito el parte
Para en el fusil ponerlo.»
Pronto el señor Necochea
Busca papel i tintero
I en un momentito el parte
Quedó escrito en estos términos:
—«Mi capitan, mi mayor,
Mi comandante: queremos
Que usted nos mande encontrar
Porque ya andar no podemos»
I en el acto el jeneral
Arrancó un palo de un techo,
Lo rajó por una punta
I la plantificó el pliego,
I se lo dió a un chiquillon
Que parecia limeño,
Colla, yanga o chau chau,
Diciéndole:—«¡Como un viento!»
I lo lanza por un llano
Como quien lansa un torpedo…
Dió el indio con la avanzada,
I con bastante recelo
Le entregó la carta al jefe,
Pues temia mas o ménos
Que le dieran una frica
Como lo hacen entre ellos.
El jefe mui conmovido
Leyó el parte i dijo: «Bueno;
Salga un piquete llevándose
A este mozo cusqueño;
I si resulta una trampa
Córtenlo bien medio a medio.»
Se encamina la partida
Guiada del derrotero.
Que el indiesito les dá
Para encontrar nuestros deudos.
No habian andado mucho
Cuando ven venir corriendo
A mi buen Marin que viene
A salirles al encuentro:
Aun no se dan la mano
I Marin llega pidiendo
Un servicio al oficial.
Un servicio no pequeño
Diciéndole: —«Mi teniente,
Hágame el favor, le ruego:
Emprésteme su caballo
Para ver como anda el cuerpo»
A tan estraño pedido
Todos con ganas rieron,
I el teniente le concede,
I el gran jeneral ecéntrico
Monta el caballo i empieza
A talonearlo i correrlo;
A arrancarlo para allá,
I por acá revolverlo,
Cuando en éstas i otras ¡diablos!
¡Ai! no se le cargó al freno
I va Marin en el pingo
Volando con tanto vuelo
Que al saltar un hoyo el manco
Me lo votó limpio al suelo…
Despues de un rato, de allí
Se levantó algo cojuelo
I fué donde sus amigos
Gritando: —«¡Viva el Gobierno!»
Necochea i San Martin
Muchas lágrimas vertieron
Cuando fueron abrazados
Por jefes i subalternos,
Mucha impresion causó a todos
El estado lastimero
De esos tres mártires que,
Por huir del cautiverio
Pasaron tantas penurias
I tan terribles tormentos
¡Solo por amar su Chile
Con el amor verdadero……!
A Necochea llevaron
A ver a su padre enfermo
I aquí no será mi pluma
La que dé el menor destello
De luz sobre la emocion
Que padre e hijo tuvieron.
Solo sé que al buen patriota
Un subteniente lo han hecho,
Por lo que gozo en el alma
Porque eso es premiar el mérito,
¿I a Marincito i el otro?
¡Quien sabe! nada sabemos,
Traslado a quien corresponda,
¿A quién?— A Pinto prefiero,

                                   Anjel C. Lillo.

(1) Por casualidad acertó, no sa-
biendo que habian chilenos por ahí.

Imp. de «Los Tiempos» — Bandera, 24

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LA MUERTE
de la calle de San Pablo.

  El domingo sucedió
un hecho mui desgraciado
que todos los que lo vieron
quedaron mui consternados.

  Un policial conducia
preso a uu pobre ciudadano
y con golpes i empellones
lo maltrataba inhumano.

  El preso de la dureza
con que el paco lo trataba
con palabras suplicantes
sin cesar se lamentaba.

  Pero él no oia sus ruegos
ni tenia compasion.
del pobre que le rogaba
con vergüenza i afliccion.

  I tanto al fin lo ultrajó
que en un infeliz momento
de un empellón a la linea
echó al desgraciado preso,

  El carro en esos instantes
por allí veloz pasó
y pasando sobre el preso
muerto al punto lo dejó.

  El policial como siempre
se quedó como en su casa
porque saben de que nunca
nada en el cuartel les pasa.

  Sucede que se cometen
injusticias con crueldad
porque nadie sino el paco
dice siempre la verdad.

  Llevado fué el pobre preso
al hospital con razon
y de allí fué trasladado
al otro dia al panteon.

  Interrogaron al paco
y él mui fresco respondió
por una casualidad
a la línea se cayó.

  Los jueces en estos dias
tan torpes i crueles son,
que al pueblo nunca le hallan
ni una sola vez razon.

  Nadie responde en la vida
de esta muerte tan atroz,
no teniendo reclamante
todo queda en paz con Dios.

  Señores: este es un crímen
que debe ser castigado
para que no se sucedan
estos hechos desgraciados

  Porque si no se acostumbran
a estas infames jugadas
y seguirán cometiendo
otras miles bribonadas.

  Pidamos que no se deje
sin un castigo esta accion.
para que haya por el pobre
un poco de compasion.

       Juan Moreira

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Cartas escritas por los reos Núñez Otaiza ántes de ser ajusticiados.
El reo Núñez a su esposa.

  Hoi se me leyó sentencia
de muerte amada Clarisa,
y en pocos momentos mas
no contaré con la vida;

  Mi sufrimiento es terrible
al mandarte la noticia,
me encuentro desesperado;
con pena tan homicida:

  Morir i no verte mas,
el alma me martiriza
pero ya no hay compasion
mi inolvidable Clarisa:

  Por eso estoi resignado
y con mi alma arrepentida
espero la hora fatal
en que he de rendir la vida.

  Muero esperando que Dios
me perdone i me permita
que nos veamos los dos
cuando emprendas la partida

  Perdóname tú tambien
tiene compasion Clarisa,
y por mi muerte no llores,
porque voi a mejor vida:

  No llores, mi fiel esposa,
perdóname, no te aflijas,
adios, Clarisa adorada,
adios, hasta la otra vida!

       Tu marido
       José Maria Nuñez.

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Cartas
escritas por los reos Núñez 
Otaiza ántes de ser ajusticiados.
Manuel Otaiza a su hermana

  Mi pobre hermana querida
con el corazon partido
desde esta triste prision
mi última carta te escribo,
para darte a conocer
le suerte que me ha cabido;
estoi condenado a muerte
y el lúnes iré al banquillo.
Pero ántes de mi partida
hermana, un favor te pido:
quiero verte i estrecharte
con efusion i cariño,
y hacerte el supremo encargo
que cuides a mis hijitos
que quedan desamparados
y su honor comprometido
porque son hijos de un padre
que murió por sus delitos.
Pidele a Dios i la Vírjen
que me perdonen i asilo
me dén en la eternidad
donde mui luego habré ido.
Adios, mi querida hermana,
no me eches en el olvido;
si no tienes resistencia,
no vengas, yo te lo pido;
y por tu infeliz hermano
ruega al Dios de lo infinito;
Adios, pues, hasta la tumba,
tu hermano que te ha querido

                        Manuel Otaiza.

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SEGUNDA PARTE.

       X.

  Entre tanto al Covadonga
¿Qué suerte habia tocado?
Ya hemos visto como pudo,
Hábilmente gobernando,
Evitar en la bahía
Ser tambien acorralado;
I poniendo proa al sur
Maniobraba procurando
No disminuir la distancia
Por no ser espoloneado.
Pero su andar era lento,
Pues estaba agujereado
Con el balazo del Huáscar
Que le habia traspasado,
Al principio del combate,
En los primeros disparos:
Para poderse salvar
Necesitaba un milagro.
Sin embargo, el bravo Condell
De improviso iluminado
De una idea salvadora
Que Dios le habia inspirado,
I que solo consistia
En buscar siempre los bajos
I ver si al buque enemigo
Se conseguia encallarlo;
Puso por obra al momento,
Audazmente secundado,
Por Orella su segundo,
Este plan desesperado,
I sin perder un instante
Huyendo, pero sondeando,
Desafiaba al enemigo
Con irritantes sarcasmos,
I gritando ¡Viva Chile!
Con indecible entusiasmo
Contestaba bravamente
A los fuegos del blindado
Disparando con sus rifles
Un fuego vivo i graneado,
Que diezmaba horriblemente
Los artilleros peruanos.

       XI

  Así, por algunas millas,
Ambos buques navegaron;
Covadonga perseguido
I persiguiendo el blindado.
Los comandantes veian
Desde sus puestos parados
Sus movimientos, i oian
Aun sus voces de mando,
I hasta tiros de revólver
Pudieron haber cambiado,
Tan corta era la distancia
Porque estaban separados.
Para el buque perseguido
El momento era apurado
Pues aun hasta de tierra
A hacerle fuego llegaron,
Mas él sin amedrentarse
Contestaba estos disparos.
De repente, el bravo Condell
Sintio como que su barco
Rozaba algo en el fondo
Con su quilla, i en el acto
Creyó llegado el momento
Que tanto habia deseado.
Redoblando su enerjía
Siguió siempre provocando
Las fúrias del enemigo
Con sus valientes soldados.
Hubo un audaz marinero
Que en el aire tremolando
Dos banderas tricolores.
Les gritaba a los peruanos:
«¡Son ustedes unos cobardes,
Traicioneros i villanos!”
Ademas, desde las cofas
El atrevido Juan Bravo,
Disparaba con su rifle
Causando muchos estragos
En los cabos de cañones
Del enemigo gritando:
«¡Viva Chile! cayó otro
De esos inmundos peruanos!”
Con tales provocaciones
El enemigo cegado
Por la rabia, se lanzó
Furioso i desesperado
Hácia el débil Covadonga
Para en el mar sepultarlo.
De repente… un choque horrible
Hizo crujir al blindado
I… la previsión de Condell
Se habia al fin realizado:
La terrible Independencia
Contra una roca chocando
En Punta Gruesa su tumba
Habia al fin encontrado.

       XII.

  Lijero como un corcel
El Covadonga virando
Vuelve sobre el enemigo
I le sigue disparando
Con certeras punterias
Que introducen tal espanto
En los del buque perdido,
Que empiezan a echarse a nado.
Fué entónces cuando rendidos
Ya, por fin, se confesaron:
Luego, arriando su bandera,
La de parlamento izaron,
Pidiendo de viva voz
Moore a Condell, que en el acto
Mandara a bordo sus botes
Para su buque entregarlo.
Pero Condell preveia
Que el Huáscar en poco rato
Llegaria i… ¡pobre de él
Cuando encontrara varado
I perdido para siempre
Al sosten de los peruanos!
Hizo, pues, rumbo hácia el sur
I partió en Dios confiado.
Ya era tiempo, pues el Huáscar
Veloz venia llegando
I en unos pocos minutos
Quedó pronto cerciorado
De la catástrofe horrible
Que ahí se habia efectuado.
Creia el coloso hallar
Al Covadonga apresado
I se encuentra con que ha sido
Su compañero el varado.
Precipitado i furioso
Socorre pronto a los náufragos,
Incendia a su compañera,
I lijero como un rayo
Se lanza en perseguimiento
Del Covadonga en el acto.
Fué ya tarde, pues la noche,
Que se venia acercando,
Favoreció al perseguido
Que, haciendo agua i averiado,
Llegó al fin a Tocopilla
En donde ya quedó en salvo.

       XIII.

  Tal fué el fin desta jornada
De terribles consecuencias.
Para el Perú, i para Chile
De inmarcesible grandeza.
Un puñado de valientes
Con su increible entereza
Han dejado en nuestra historia,
Con letras de oro impresa,
La pájina mas sublime
Que en sus anales se encuentra.
¡A ellos, pues, tributemos
Gratitud i gloria eterna,
I que esa pléyade ilustre
De héroes, benditos sean!

       José Epitacio Soto.

IMP. DEL MERCURIO — 1880.

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PRIMERA PARTE.

       I.

  El diez i siete de mayo
Por órdenes del gobierno
(O acaso del almirante
Que en esto no hai punto cierto)
Zarpa de Iquique la escuadra
Dejando solo en el puerto
La Esmeralda i Covadonga
Que sostengan el bloqueo.
Quedan solos i tranquilos
Estos dos buques jemelos
Que hermanos inseparables
En el Papudo se hicieron:
Sus bizarros comandantes,
Prat i Condell, prometieron
Al almirante cumplir
Su deber como chilenos.

       II.

  Pasáronse cuatro dias
Vijilando con esmero,
La Esmeralda voltejeando
Mui cerca del fondeadero
Miéntras que la Covadonga
Cruzaba lejana al puerto.
La mañana del veintiuno
Tranquilos amanecieron,
Sin sospechar que aquel dia
En un combate sangriento
Sus vidas en holocausto
De la patria, muchos dellos
Rendirian, asombrando
Al mundo con su denuedo.
A las seis de la mañana,
Cuando en el limpido cielo
Iluminaba el crepúsculo
Los horizontes serenos,
Como un punto imperceptible
Divisaron a lo léjos
Dos humos que por el norte
Hacian rumbo hácia ellos.
Que eran dos grandes vapores
Al momento conocieron,
I la Covadonga entónces
Que vijilaba en su puesto
Al instante se dirije
Lijera a reconocerlos.
Poco tardó en convencerse
Que eran enemigos nuestros:
La Independencia i el Huáscar,
Ellos eran…… nada ménos.

       III.

  La Esmeralda i Covadonga
Pronto se ponen de acuerdo
I sus bravos capitanes
En el peligro, serenos,
Procuran conferenciar
En el instante supremo:
I como Prat era el jefe
Del bloqueo, en el momento
Condell se acerca hácia él
I le pregunta: ¿qué hacemos
Pero Prat sin contestarle
Le pregunta lo primero:
“¿Ha almorzado la tropa?
I ya una vez satisfecho
De que habian almorzado,
Prosigue con voz de trueno:
“¡Cumplir con nuestro deber
Eso será lo que haremos;
Hemos sido sorprendidos
I seguridad tenemos
De morir, ¡pues bien, muramos!
Pero será combatiendo.”
Tales fueron las palabras
De aquel ilustre guerrero,
Que ántes que arriar su bandera
Prefirió morir primero……

       IV.

  En tanto que Prat i Condell
Entre ellos conferenciaban
Los dos formidables buques
Hácia ellos avanzaban,
I de la lucha sangrienta
El momento se acercaba;
Era ya, pues, necesario
Aprestarse a la batalla.
Entónces Condell cumpliendo
Con las órdenes tomadas
Prepárase en su goleta
A vender su vida cara,
Porque ya la Independencia
Hácia ellos se acercaba.
En el mismo instante Prat,
En su querida Esmeralda,
Reune a sus compañeros
I con voz tranquila i clara
Dice a los suyos: “Muchachos:
Tenemos ahí la escuadra
Del formidable enemigo
Que nos presenta batalla;
La lucha es mui desigual
Pero es preciso aceptarla,
I esta bandera querida
Que jamas ha sido arriada
No seremos, pues, nosotros
Los primeros en mancillarla;
I si en medio del combate
Veis que la vida me falta
Seguid siempre defendiendo
La honra de nuestra patria!”
Dice, i apénas habia
Pronunciado estas palabras
Por entre las dos barquillas
Pasa silvando una bala.
Este primer estampido
De la enemiga metralla,
Con sonoros ¡Viva Chile!
Pue al instante saludada.

       V.

  Eran en ese momento
Las ocho de la mañana,
Hora en que se dió comienzo
A la lucha encarnizada
Que sostienen dos corbetas
Pequeñas i maltratadas,
Con los dos fuertes blindados
De la marina peruana,
Los cuales como dos fieras
Ansiosas de presa asaltan
A las dos pequeñas naves
Que tranquilas le aguardaban.
El Huáscar rompe sus fuegos
Sobre la heróica Esmeralda
Miéntras que la Independencia
Al Covadonga acediaba
Con un fuego tan nutrido
Que destruirla amenazaba;
Pero el bravo comandante
Hábilmente gobernaba,
Pegándose hácia la costa
Batiéndose en retirada,
Con lo cual logró por fin
Separarse de la rada.
La Esmeralda, miéntras tanto,
Sin descanso contestaba
Los fuegos del enemigo,
Aunque sus pequeñas balas
La coraza del coloso
Apénas, sí, rasmillaban.
El enemigo a su vez
Con sus terribles metrallas
Nuestra querida reliquia
Sin piedad agujereaba,
I barrian su cubierta
Matando cuanto encontraban;
Mas, nuestros bravos por eso
Ni un instante desmayaban;
Al contrario, se batian
I doblaban su pujanza
Miéntras mas recrudecia
Aquella horrible matanza.
Hubo un momento de lucha
Aun mas desesperada,
Pues al acercarse a tierra
Para lograr que las balas
Del enemigo alcanzasen
A ofender los de la playa,
Los de tierra hicieron fuego
Con cañones de montaña
Matando tres individuos
E hiriendo a quien no mataban.
Pero la gloriosa nave
Entre dos fuegos tomada
Al Huáscar i los de tierra
A la vez les contestaba;
Pues parece que su ardor
Al fragor de la batalla,
Como el tigre acorralado
Su valor centuplicaba.

       VI

  Dos horas han ya pasado
En tan desigual batalla,
I el enemigo impaciente
De resistencia tan larga
Se prepara furibundo
A dar el golpe de gracia:
Con su terrible espolon
A toda fuerza de máquina
Se lanza hácia la corbeta
Para en el mar sepultarla.
Entónces Prat que tranquilo
De la toldilla observaba
Los menores movimientos.
Del monitor, se prepara
Para esquivar aquel choque,
Al mismo tiempo en su alma
Cruza la idea terrible
I a la vez desesperada,
De saltar al abordaje
Con su jente preparada,
Tomando, si era posible,
Con aquel golpo de audacia
Posesion de aquel blindado
Que hácia ellos fiero avanza;
Mas esta idea a los suyos
No puede comunicarla;
Pues apénas concebia
Esta empresa temeraria
El Huáscar con rapidez
Puso proa a la Esmeralda
I su espolon vino a herirla
Junto al palo de mesana,
Al costado de babor,
I al mismo tiempo descarga
Los cañones de su torre,
Que casi a boca de jarra
Causan terribles estragos
Con mortiferas granadas.
Pero la ocasion suprema
Que Prat tranquilo esperaba
Al juntarse las dos naves
Creyó ya era llegada,
I con voz de trueno grita
Blandiendo en la mano el hacha:
“¡Muchachos, al abordaje!
I como el rayo se lanza
Sobre la férrea cubierta
Desafiando con su espada
Las iras del enemigo
Que impertérrito buscaba
Para batirse con él
Cuerpo a cuerpo i sin ventaja;
Mas, los cobardes peruanos
Que traidoramente asaltan,
Huyen a favorecerse
Tras de coraza acerada.
Solo el teniende Velarde
Que junto a la torre estaba,
Es el único que encuentra
I en el instante lo mata;
I sigue buscando airado,
Centellante la mirada,
Con el semblante zañudo
I la melena erizada,
Arrogantes enemigos
Con quienes medir su espada,
I… ¡ai! del Huáscar si al jigante
De los suyos le acompañan
Treinta soldados siquiera!…
Pero quiso la desgracia
Que su voz no fuera oida,
I que con él abordaran
Solo Aldea i otro mas
Que mas cerca se encontraban.

       VII.

Repuestos los enemigos
Del terror que les causara
Aquel arrojo increible
Que por cierto no soñaban;
I viendo por otra parte
Que los que lo provocaban
Solo eran tres… al instante
En tropel todos disparan
Sobre los héroes que caen
Muertos con esta descarga.
El primero que sucumbe
  En la cubierta del Huáscar,
Es el bravo de los bravos,
El héroe augusto i sin tacha,
Que ni aun despues de muerto
Queria rendir su espada;
Para poder obtenerla.
Fué necesario arrancarla,
Abriendo dedo por dedo
Aquella mano crispada!……………

       VIII.

  De la Esmeralda esta escena
Asombrados presenciaban,
I con profunda emocion
Todos a la vez juraban
Vengar a Prat, o morir
Como héroes en la jornada
I en efecto, aquel combate
Que ya tres horas duraba,
Se hizo mas terrible aun
A medida que aumentaba
La efervescencia en la sangre,
La emulación en el alma:
Todos a la vez querian
Ser héroes, i se lanzaban
A disparar los cañones
Cuando artilleros faltaban.
Entre tanto el enemigo
Airado se preparaba
Para acabar de una vez
De sumerjir en el agua
Aquel puñado de leones
Cuyo valor le irritaba;
Desde unos seiscientos metros
Mas o ménos de distancia
Arremetió con su ariete
A la débil Esmeralda:
Aunque el capitan Uribe
Que el buque entónces mandaba,
Quiso evitar aquel choque,
Como el buque ya no andaba
Por la amura de estribor
Recibió la otra pechada.
Fué entónces cuando Serrano
Que en el castillo se hallaba,
Con doce soldados mas.
Saltó a la proa del Huáscar;
Mas el heróico teniente
I sus compañeros de armas
Perecieron prontamente
Por mortiferas metrallas
Que de la torre i la popa
Sin interrupcion lanzaban.
En esos mismos instantes
El buque estaba haciendo agua
Inundando prontamente
La terrible Santa Bárbara;
La máquina al mismo tiempo,
Estaba toda anegada,
Sus calderos apagados,
I por fin…… no funcionaba.
Era ya el buque una boya
Que sobre el agua flotaba
Al capricho de las olas,
I sin embargo….. tronaban
Todavía los cañones
Que los cabos disparaban.
I batiéndose seguian,
I los instantes pasaban,
I la sangrienta hecatombe
Hora por hora aumentaba;
I los mismos enemigos,
Que desde tierra miraban
Aquella lucha imposible,
Se asegura que esclamaban
“¡Qué hombres estos, ¡oiga Ud!
Que jamas rinden su espada!”

       IX.

  Ya, por fin, la hora suprema
Por instantes se acercaba
I aquel sangriento combate
Que cuatro horas duraba
Debia pronto concluir;
Porque la nave atacada
Casi estaba totalmente
Por completo destrozada:
Un último espolonazo
I.. ¡adios querida Esmeralda!
Así sucedió, en efecto,
Pues el coloso se lanza
Sobre la débil barquilla
Que a resistir ya no alcanza
La fuerza de su espolon,
I… en el mar es sepultada.
Pero entónces, todavía
Sus héroes viven, i exhalan
Un último ¡Viva Chile!
I al mismo tiempo dispara
El denodado Riquelme
Una postrimera salva,
Cuyos ecos repercuten
Las montañas mas cercanas,
I que son los funerales
Que a la nave capitana
El audaz guardia marina
Le hace, fija la mirada
En el tricolor hermoso
Que, en el palo de mesana,
Es el último en hundirse
En las ondas azuladas.

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El suicidio
DE
D José Luis Santa Marìa.

  El dia cuatro de Mayo
Se esparcia la noticia
Que se habia dado muerte
El señor Santa María.

  Primeramente la jente
Tal suceso no creia,
Hasta que los diarios dieron
Informaciones crecidas.

  En razon era efectivo
Todo cuanto se decia,
Porque se habia ultimado
El señor Santa María.

  Dicho señor subjerente,
Como digo mui preciso,
Era por cierto del Banco
Llamado Valparaíso.

  A las once, mas o menos,
Tal caballero, es decir,
Tomó la puerta del banco
Que acabo de referir.

  Un coche público, advierto,
Tomó como doi a ver,
Para irse a la oficina
De un caballero Meyer.

  Cuando llegó a la oficina,
Al señor Meyer no halló,
I sin tardanza ninguna
Al banco otra vez volvió.

  Antes de llegar al banco
Aquel desgraciado ser,
En el trayecto encontró
Al caballero Meyer.

  Pues habiéndolo encontrado
Lo hizo subir al carruaje,
I al banco se dirijieron
Aquellos dos personajes.

  En la oficina del banco
Un corto instante estuvieron,
I a la oficina de Meyer
Ambos dos se dirijieron.

  Una vez que ya llegaron
A la oficina aludida,
Subió al coche al poco instante
El señor Santa María.

  Al cochero le indicó
En aquel instante fiel
Que lo llevase en el acto
A la oficina de él.

  Pero antes de que llegase
A la oficina ese dia,
Cambió determinacion
El señor Santa María.

  Entonces dijo al cochero
Con presteza estraordinaria,
No cortes a mi oficina,
Sino a la Penitenciaria.

  A la parte referida
Una vez que ya llegó,
Por el superintendente
En el acto preguntó.

  Pero no habiéndolo hallado
En esos casos fatales,
Se fué al cuarto de bandera
I habló con dos oficiales.
  Si acaso habia un empleado
Preguntaba con voz grande,
Para que fuese a llamarle
A don Salustio Fernandez.

  Al Banco Valparaiso
Espresaba que era el punto,
Pues porque con él tenia
Que arreglar varios asuntos.

  El oficial estrañaba,
En tal caso doi a ver,
De que viniendo del banco,
No hubiese hablado con él.

  Pero no habiendo un empleado
Para su mando, salió
A la puerta de la calle,
I al mismo cochero halló.

  Encargó al cochero mismo
En aquel dia fatal,
A don Salustio Fernandez
De que le fuese a buscar.

  Una vez que ya se fué
El cochero en aquel dia,
Volvió al cuarto de bandera
El señor Santa María.

  Un poco antes de la una,
Se tocó, como aqui advierto,
A tropa sin dilacion,
Para el relevo, por cierto.

  Por razon obligatoria
El oficial ese dia
Lo tuvo que dejar solo
Al señor Santa María.

  I cuando ya se retira
El oficial referido,
Se dispara dos balazos
El caballera aludido.

  Cuando la detonacion
Dió el estrépito grandioso,
Acudieron en el acto,
I ven el cuadro horroroso.

  En una silla sentado
El señor Santa María,
El revólver en la mano,
I sin aliento de vida.

  Oh! qué escena sorprendente
Fué la que ahí presenciaron!
En aquel mismo momento
A un practicante llamaron.

  Los auxilios le prestó
El practicante por cierto;
Pero inútiles le fueron,
En virtud que ya era muerto.

  Sin demoracion alguna
I sin mayor abstinencia,
De tan terrible suceso
Dieron parte a la Intendencia.

  Pocos instantes despues
De haberse telegrafiado,
Llegaron dos caballeros
A aquel sitio desgraciado,

  Entre los cuales venia,
Según lo que el diario advierte,
El caballero Fernandez,
A quien buscaba el inerte.

  Otro momento mas tarde
El juez del crimen llegó,
I sin tardanza ninguna
El sumario levantó.

  Por fin, amados lectores,
Les suplico por derecho,
Dispénsenme este romance,
Que a la lijera lo he hecho.

       PEDRO VILLEGAS

Impr. de P. Ramirez.—Echáurren, 6.

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EL FANTASMA
Del Puente de Cal y Canto,
O LA SOMBRA DE ZAÑARTU
(ROMANCE POPULAR)

  En un resto de baranda
Del difunto Cal i Canto,
Envuelta en una bufanda
Que caia como un manto,
Vi afirmada una figura
No sé que noche pasada,
De corpulenta estatura
Y de sombría mirada,
Con un conjunto horroroso
Que acusaba desagrado,
Que a no ser por lo curioso
Me alejara de su lado.
Se encuentra tan embargado
De su idea, esclavo atento,
Que a álguien no vé a su costado,
Que coje su pensamiento.
Vocablos duros salian
De sus labios macilentos,
Que luego se convertian
En ayes que lleva el viento.
Dijo el espectro: —«Maldito
El que me ha deslaureado,
Derribando este granito
Que mi brazo ha levantado
Arrancando a los peones
Sangre, tormentos, sudores,
Alaridos, maldiciones,
Lágrimas i sinsabores.
Aunque en el aire morando,
Yo me estaba satisfecho
Su grandeza contemplando
Del tiempo al furor, derecho.
Como jamás un birlocho
Pudiera hacerlo crujir,
Avenidas del Mapocho
Nunca lo hicieron sufrir,
Ciclones i tempestades,
Torrente que en fuerza avanza,
Ni amenguan sus majestades
Ni desmienten su pujanza.
Siempre el coloso de pié,
A la furia indiferente,
Hace alarde de poder
Despreciando la corriente.
Fué él lejendario puente
Por dó pasaron millones:
Menesteroso o pudiente,
Católicos o masones,
Hombres, neutros i mujeres,
Niños, jóvenes i viejos,
Unos buscando placeres,
Otros guardando el pellejo;
Quién siguiendo a una doncella,
Quién asistiendo a una cita,
Quién a causa de querella
Va a San Pablo i lo transita;
Quién en manchado misterio
Va saboreando el placer
Que con culpable adulterio
Le regaló una mujer;
Quién, médico, lo pasó
Por ver a una desgraciada
Y al poco tiempo volvió
Con su conciencia premiada;
Qué de caballos i coches,
Carretas i carretones,
Por el dia i por la noche
Lo pasaron a montones;
Qué de veces, codo a codo
Su altiplanicie subia
El rico, el pobre, el beodo
En confusa algarabía!
Cuántos miles, qué de miles
No pasaron por ahí,
Decrépitos e infantiles
Eterno sueño a dormir,
Desde el primero, que es Cea,
Y que descorrió la tranca
En hora tétrica i fea,
Al último, que fué Franca,
Con grande acompañamiento
Y bullicio que es decir……
Lo siento mucho, lo siento,
Pero esto me hace reir!
………………………………………………………………
No me culpes, hijo mio,
Porque yo te descuidé,
Pues yo pelié con el rio
Y con Martinez pelié,
Y si he salido vencido,
La culpa tuvo Luzbel,
Que tambien se halla metido
En tu amputación cruel.
Yo tuve una lucha abierta
Con el señor Valentin,
Y si caí en la reyerta,
Velando por tí, caí;
Pues yo me metí entre sueños
Y asalté su habitacion,
Y puse porfiado empeño
En demostrarle su error.
Prometiendo el injeniero
Respetar mi observacion,
Tomé luego el derrotero
De ir a atajar el turbion.
Entonce el Diablo i Martinez
Formaron su plan atroz……
No es fuerza que lo examines,
Basta ver su conclusion.
¡Quién vió en la lúgubre noche
O vió en la noche anterior
Al Diablo bajar de un coche
Y pararse en un machon!
Con su cola te enrollaba
Por un ojo, i en su anhelo
Con furia atroz te cimbraba,
Queriendo arrojarte al suelo,
Consiguiendo en su impotencia
Solo dejarte trizado
Haciendo el resto la ciencia
Hasta verte derribado.
El tiempo es de las cosas
El severo destructor:
Yo te hice mole grandiosa,
Y a mí ya me destruyó!……
Pero lo que mas me irrita
Es que, hallándose incapaz,
Buscara la dinamita
Y del hombre la maldad.
Estas causas, el torrente
I el apoyo de Satán,
Consiguieron, noble puente,
Tu poder desbaratar!
Qué gracia, qué valentía
Para apresurar tu fin
Lograrlo solo podia
El valor de un Valentin!!!
Cuando te miro, imajino
Ver pasar el huracan:
¡La caña está en el camino
Y la encina ya no está!
Qué terrible desatino
Ver al débil soportar
Al furioso torbellino
Que abate a la potestad!
Ver puentes que nunca han sido
Para resistir pisadas
De hombres recien comidos
O mujer embarazada,
Alzarse ensoberbecidos
Y con irónico espanto
Decir con aire atrevido:
Ahí estuvo el Cal i Cauto!
Miéntras tú, soberbio puente,
Que al peso de un siglo entero
No doblegaste la frente
De pedernal i de acero,
Caistes; tambien cayó
De Rodas el gran coloso……
Nada al hombre resistió
En su empuje prodijioso!
Sobre la faz del planeta
Caemos en confusiones
Arquitectos i poetas,
Monumentos i naciones!
Cayó la nacion mas grande,
Esa Roma soberana,
Y el granito de los Andes
Tambien caerá mañana!
Pero al llevarse la muerte
Estos hechos de gran gloria,
Queda grabada su suerte
En el panteon de la historia.
¿Cómo has podido caer
Tú, sin tener enemigos,
Llegando a satisfacer
A cuanto trató contigo?……
Hasta el mísero suicida
Te encontró condescendiente
Para quitarse la vida,
Prestándole continjente.
Aunque se oponga el infierno,
Será mi constante afan
Influenciar con el Gobierno
Por tu nombre eternizar:
Que al puente que está llamado
A levantarse en tu lecho,
Sea de fierro colado,
Totora, caña o helecho,
Le den tu glorioso nombre,
Lo llamen de Cal i Canto;
Que cuando alguno se asombre
O pregunte con espanto
Por tal etimolojía,
No falte alguno que esplique
Que en un tiempo ahí existia
Con tal nombre un puente dique,
Un puente por dó pasaron
Nobles huestes venerandas
Que en derrota aquí llegaron
Camino a la otra banda;
Por dó pasaron pomposas
Honras buscando, postreras,
Las cenizas gloriosas
De los hermanos Carreras;
Por donde en el año ochenta,
Por pesadumbre enlutado
Y por un arco que ostenta
De plata rico bordado,
De Thomson restos sagrados,
Y de Ramirez, el Leon,
Titanes divinizados,
Van camino del panteon!
Entónces ¿quién concibiera
Que bien pronto esa mortaja
Sobre tus hombros volviera
Con tan dura desventaja?……
¡Ah, si hablaras! ¡cuántas penas!
Qué de variadas historias
En cada átomo de arena,
En cada porcion de escoria!
Si algo los llantos ajenos
Valen para un desgraciado,
Tú bien sabes que a lo ménos
La capital te ha llorado!»
………………………………………………
………………………………………………
………………………………………………
………………………………………………
Dijo, i abriendo su manto
Raudo volido emprendió……
A mi oido llegó un llanto
Que me partió el corazón,
Que parecia el quebranto
Sobre las ruinas de Sion,
De aquel Jeremías santo
Que lloró su destruccion!
………………………………………………
Mirando aquelllos despojos
Caminé a la Cañadilla:
A ese tiempo abrí los ojos.
¡Era una gran pesadilla!
………………………………………………
P. D. ………………………………………
El que quiera conocer
De este puente los anales,
Puede la historia leer
De don Justo Abel Rosales,
Que pronto se ha de vender
Por cinco dieces cabales,
Según la prensa lo indica,
En la imprenta de Mujica,
Que está situada en su rampa,
Cuyo dueño agradecido
Hoi da su historia a la estampa
Sin lucro preconcebido.
Direccion: Puente, uno D,
Imprenta Estrella de Chile:
Lector, no lo olvide usted,
Para que su bolsa afile.
Importando una friolera
Y con grabados mui finos,
Esta obra la debiera
Comprar todo santiaguino.
Ella se titulará:
Historias i tradiciones
Del puente. Termino ya
La nota i estos renglones.

Imprenta Estrella de Chile, Puente, 1-D.

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