Aquellos tristes jemidos
en medio de aquella calma
penetraron en mi alma
en la forma de alharido;
no son raros los quejidos
en los toldos del salvaje.
pues aquel es vandalaje
donde no se arregla nada
sino a lanza i puñalada
a bolazos i a coraje.
Para narrar lo que cuento
pasado en aquel confin
se atreve el huaso Martin
hasta hacer un juramento:
he visto en un campamento
de esos bárbaros destierros
entre quebradas i cerros
a un salvaje que se irrita
degollar a una chinita
i tirársela a los perros.
He visto muchas crueldades
que el cristiano no imajina
pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades:
por saber pues las verdades
del llanto que apercibí
al punto me dirijí
por donde el grito venia
¡ me horroriza todavía
el cuadro que descubrí!
Como si fuese de ayer
está fijo en mi memoria.
¡ otra tan terrible historia
no es facil volver a ver!
era una infeliz mujer
que estaba de sangre llena
¡ como una Magdalena
oraba con tanta gana;
onocí que era cristiana
esto me dió mayor pena!
Por la yerba me arrastró
caminando en cuatro patas
hasta que pasé unas matas
i ahí me puse de pié;
cauteloso me acerqué
al indio que estaba al lado
por que este es mui desconfiado
siempre de todo cristiano
i le divisé en la mano
el rebenque ensangrentado.
¡Situación triste fué aquella!
yo no soi hombre cobarde
pero supe aquella tarde
lo que llaman “ver estrella”
mas tarde supe por ella
de manera positiva
que entró una comitiva
de salvajes a su nido,
mataron a su marido
i la llevaron cautiva.
Un hijito que lloraba
a su lado lo tenia,
la india la aborrecia
tratándola como esclava;
para escaparse deseaba
hacer una tentativa
por que a la infeliz cautiva
nadie la vá a redimir
i allí tiene que sufrir
el tormento mientras viva.
La comenzó a maltratar
aquella india malvada.
la hacia estar levantada
cuando empezaba a clarear;
la mandaba trabajar
poniendo cerca a su hijito
tiritando i en un grito
con los frios inhumanos,
atado de piés i manos
lo mismo que un corderito.
Aquella india tan fea
en lugar de corazon
talvez tendria un terron
de piedra póme o de grea;
pues le daba la tarea
de juntar leña i sembrar
viendo a su hijito llorar
i hasta que no terminaba
la india no la dejaba
que le diera de mamar.
Cuando trabajo no habia
la prestaban a otra parte
i habia de andar con arte
si padecer no queria;
es jento por vida mia
que de súplicas no entieden
la piedad no la comprenden
i asi que crece el hijito
aunque se lamente a grito
se lo quitan i lo venden.
Nacen sus hijos i en paz
en una tabla los atan
i en seguida les achatan
la cabeza por detras:
aunque raro por demas
ninguno lo ponga en duda;
entre aquella jente ruda
en su barbara torpeza
es gala que la cabeza
se le forme puntiaguda.
Cuando en el suelo me vió
me saltó con lijereza
juntito de la cabeza
el bolazo retumbó;
ni al cuchillo respetó
i al tiro se fué a agarrarme,
ahí pretendió ultimarme
sin dejarme levantar
i no me daba lugar
ni siquiera a enderezarme.
Como el indio no me suelta
toda mi fuerza ejecuto
pero abajo de aquel bruto
no podia darme vuelta;
¡Dios Poderoso del Delta,
quién te puede comprender
cuando a una débil mujer
distes en esa ocacion
la fuerza que en un varon
talvez no pudiera haber!
La pobre mártir se arrima
i olvidando su aflixion
le pegó al indio un tiron
que me lo sacó de encima;
si no es porque ella se anima
no salgo de aquel apuro
i un rato mas, de seguro
que el indio me sacrifica,
mi valor pues se duplica
con un ejemplo tan puro.
No se podia descansar
me chorriaba a mí el sudor,
en un apuro mayor
jamas me he vuelto a encontrar;
nos volvimos a topar
como deben suponer,
era mayor mi quehacer
para impedir que el brutazo
le pegara algún bolazo
de rabia a aquella mujer.
¡No habrá nadie que resista!
aquel salvaje inclemente
cometió tranquilamente
aquel crimen a mi vista;
que tanta fiereza exista
no lo comprende el cristiano
aquel bárbaro inhumano
(ella llorando lo dijo)
con las tripitas del hijo
le amarró luego las manos.
Ni los chacales hambrientos
que cruzan por las montañas
tienen tan negras entrañas
ni tan negros sentimientos;
de ella fueron los lamentos
que en la soledà escuché,
en cuanto al sitio llegué
quede enterado de todo
i al mirarla de aquel modo
ni un instante titubié.
Me preparé a la reyerta
i pasé con gran premura
mi mano por la cintura
i puse el cuchillo en puerta;
toda de sangre cubierta
aquella infeliz cautiva
tenia de abajo a arriba
la marca de los lazasos;
sus trapos hechos pedazos
mostraban la carne viva!
Estaba hincada en el suelo
lo mismo que penitente
cuando me vió de repente
al echarse atras el pelo;
sus pupilas alzó al Cielo
en sus lágrimas bañadas,
tenia las manos atadas
su tormento estaba claro,
como pidiéndome amparo
me dirijió dos miradas.
Estaba el indio arrogante
con una cara feroz,
para entendernos los dos
la mirada fué bastante;
pues en ese mismo instante
él me ganó la distancia
i aprovechó esa ganancia
como fiera cazadora,
desató su boliadora
i aguardó con vijilancia.
Ya metido en la contienda
eché mano desde luego
a este que no yerra fuego
i ahí se armó la tremenda;
al pingo lo até la rienda
i aunque el peligro medí
nos mantubimos así:
me miraba i lo miraba,
yo al indio le desconfiaba
i él desconfiaba de mí.
Cuando el indio se agasape
valo por cuatro o por cinco,
como tigre es para el brinco
i fácil que a uno lo atrape;
la cosa no era de escape
pues era peligro huir
i mas peligro seguir
esperando de esos modos
pues a carniarme entre todos
douadi otros venir.
No podia así embromado
escaparme de otra suerte
sinó dando al indio muerte
o quedando allí estirado;
comprendí por de contado
que aquel asunto me urjía,
viendo que él no se movia
como a agarrarle el caballo
me fuí medio de soslayo
a ver si se me venia.
Saltó sobre mi el salvaje
como quien tiene en si fé,
el miedo de verse a pié
aumentó mas su coraje;
rápido como un celaje
me mandó un par de bolazos
que yo barajé en mis brazos,
si me dá mejor me arredra
pues las bolas son de piedra
i vienen como balazos.
Al primer corte, un ovillo
se me hizo el hijo de perra;
yo no he visto en esta tierra
salvaje mas diestro i pillo
[ ]nas arisco al cuchillo;
él las bolas con destreza
las recojia con presteza
i las volvia a largar,
haciéndomelas silvar
arriba de la cabeza.
Va perdiendo quien se apotra
lo sabia yo por fortuna,
me amenazaba con la una
i me largaba con la otra;
yo tambien tuve mi potra
en aquel percance amargo;
en momentos que lo cargo
i que él reculando vá,
me enredé en la faja i yá
ahí cai largo a largo.
En raza tan estraviada
como se está refiriendo
i como estaria sufriendo
la cautiva desgraciada!
aquella india malvada
que tanto la aborrecia
empezó a decir un dia
por quo lalleció su hermana
que sin duda la cristiana
le habia hecho brujería.
El indio cayó en la trampa
porque por aquella trama
a la cautiva la llama
i se la llevó a la pampa;
ahí el ultraje no escampa
i la empezó a amenazar
que habia de confesar
si la brujería era cierta
o hasta que quedara muerta
la tendria que azotar.
Le arrebató con furor
al hijo de entre sus brazos
i de cuatro rebencazos
la hizo crujir de dolor,
en seguida con rigor
azotándola seguia
mas i mas se enfurecía
mientras mas la castigaba
i la infeliz se atajaba
los golpes como podia.
Al ver el valor grandioso
con que hacia resistencia
lo tomó por insolencia
aquel salvaje rabioso;
i así le dijo furioso:
“confechando no querès”
la dio vuelta de una al revéz
i por colmar su amargura
a su tierna creatura
se la degolló a los piés.
El indio por donde quiera
saltaba como una cabra,
mudos sin decir palabra
peliábamos como fiera;
esta actitud altanera
nunca jamas se me olvida,
iba jugando la vida
con tan temible enemigo
teniendo allí de testigo
a una mujer aflijida.
Mientras no logra matar
el indio no se desfoga,
mas yo le corté una soga
i lo empecé a aventajar;
los huesos me hizo sonar
de otro bolazo el maldito,
pegué yo entonces un grito
que le entró como bala;
pisa el indio i se refalaa
en el cuerpo del chiquito.
Lo castigó en mi conciencia
su Divina Majestad,
donde no hai casualidad
suele estar le Providencia;
con prontitud i sin clemencia
en el suelo lo ataqué
i aunque de nuevo hizo pié
lo perdió aquella pisada
pues en esa atropellada
en dos partes lo corté.
Pero era indio decidido
su valor no se quebranta
le salia de la garganta
blasfemia en vez de quejido;
aunque el indio era fornido
la sangre lo enceguecia,
tanta sangre le salia
que sobre un charco pisaba
pero así se enderezaba
sin aflojar todavía.
Formábamos aquel terno:
yo con la lengua defuera,
el salvaje como fiera
disparada del infierno
i ella en su dolor materno
presenciando aquel degüello;
se le erizaba el cabello
cuando la infeliz veía
que el indio se resistía
queriendo tomar resuello.
Aquel indio furibundo
lanzó un terrible alharido
que retumbó como un ruido
si se sacudiera el mundo;
en un tercio de segundo
en el cuchillo lo alcé,
en peso lo levanté
a aquel hijo del decierto
cuando ya lo vi bien muerto
solamente lo largué.
Aquella madre aflijida
de rodillas en el suelo
alzo los ojos al cielo
sollozando adolorida;
por encontrarme con vida
yo di gracias a mi Santo
i en su dolor i quebranto
ella a la Madre de Dios
que nos ampare a los dos
le pide en su triste llanto.
Sobre un pedazo de lona
se hincó a rezar de repente
tenia sobre la frente
del martirio la corona;
se alzó con pausa de leona
cuando acabó de implorar
i sin dejar de llorar
envolvió con un trapito
los pedazos de su hijito
que yo le ayudé a juntar.
Aunque lo maté en pelea
por vengar al indio muerto
si me pilla en el decierto
su familia me lancéa;
a la cautiva en tarea
mi caballo le ofrecí,
era un pingo que adquirí
i donde quiera que estaba
en cuanto yo lo silvaba,
venia a rascarse en mí.
Yo luego me vi montado
en el del indio que era algo
así como liebre o galgo
que sabia correr boliado;
me retiré de ese lado
trayendo esa compañera,
marchamos la noche entera
haciendo nuestro camino
sin mas rombo que el destino
que nos llebaba onde quiera.
Antes fuí al indio a enterrarlo
bajo de un monton de paja
para llevar de ventaja
lo que emplearan en hallarlo;
pues al lograr encontrarlo
nos habian de perseguir
i al decidirme a huir
con todo mi corazon
hice la resolucion
de peliar hasta morir.
ROLAK
Nota: versión libre de “La vuelta de Martín Fierro” de José Hernández, §558 y ss.