El del norte.—Oh! Paulino, cuánto
me alegro de verte, hoi que te vuelvo
a encontrar despues de tanto tiempo
que nos lo veiamos.
Cuéntame algo de lo que pasa por
estos campos de Dios, con esta crisis
tan grande que soportamos, que nunca
se habia visto.
El del sur.—Cómo nó, Voi a contar-
te, con el corazon partido de dolor,
muchas cositas: por primero te diré
que he visto un periódico venderse por
la calle, editado por un poeta popular
esgún se ve a la entrada que dice, edi-
tor i redactor, Daniel Meneses.
Lo leí i me pareció mui bien su lec-
ra, porque se conoce que dicho poeta se
dedica a defender los intereses de la
clase obrera i de la proletaria, i atacar
la todos los ricos usureros que pasan
esplotando al pueblo diariamente, sin
fijarse que es malo lo que hacen. Fuí
donde el redactor a ofrecérmele como
repórter, porque me gustan sus opinio-
nes, i me dijo que iba a suspender la
publicación, porque tenia que ir al sur a
hacer ajentes para seguir adelante pre-
dicando sus doctrinas i castigando to-
dos los abusos que se cometan, sin te-
mor de nadie, porque todo lo que és
dirá serán verdades i no mentiras.
El del norte.—Nada me has menti-
do, porque yo tambien he leido dicho
periódico: a ver si es el mismo, se llama
Judas Iscartiote, su nombre.
El del sur.—Ai! Me pegaste en lo
que era, porque es el mismito.
El del norte.—Así como estos dos
hombres habian de haber diez perio-
distas en Chile, como el de la Beata
i el de Judas; entónces entrarian los
pueblos o conocer la verdad, i dejarian
el fanatismo en que viven i que los va
conduciendo a la miseria, al crímen i
al robo.
El del norte.—La purita verdad, mi
amigo, es lo que usted dice; porque
esos dos hombres son los que habla
mejor i mas claro, i ese mismo camino
debia de seguir la Nueva i la La Lei
que el primero dice que es liberal i que
trabaja por el pobre; trabaja porque los
pobres lo hagan subir al poder i tomar
el mando de la nacion i despues decirle
a los pueblos: ¡amuélense, hoi no los
queremos para nada; ya conseguimos lo
que queriamos, que tanto anhelábamos
i ansiabamos tener, para desquitarnos
de lo que los robaron el noventa i uno,
con el maldito saqueo que se hizo con
las turbas josefinas que viven de lrobo.
El del sur.—Compinche, a usted que
está recien llegado del norte, voi a de-
cirle o mayormente contarle una cosa
nueva. Que el dia seis del actual, como
a las once de la noche, venia pasando
por la calle de la Moneda, por frente
del palacio de Su Excelencia cuando oi
una bulla infernal, la mas grande de las
que he oido en mi vida; parecia una
zalagarda metida por mil diablos.
Pregunté a un soldado de policía de
los tantos que habian allí esa noche
¿podría decirme, vecino, qué salagarda
es ésta que no sé de qué se trata a esta
hora?
El del norte.—¿I qué le dijo el guar-
dian, mui querido amigo.
El del sur.—Qué me diria! me con-
testó que era un banquete que daba el
Presidente al cuerpo consular i a lo mas
distinguido de la aristocracia de San-
tiago, donde todos ellos se daban gusto
i tomaban la rica chanpagne i la espu-
mosa cerveza i los ricos fiambres, don-
de para todos ellos todo era gloria i di-
cha.
El del norte.—Pero amigo, yo soi de
opinión que ese banquete ha sido para
ver si a los liberales los hacian caer a
la nasa, porque esa es trampa que les
ha armado el señor Errázuriz para en-
gañarlos i que se vendan al partido
conservador, porque él quiere hacer
vivir la coalición i gabernar con los
clericales; porque él no quiere gobierno
liberal, que gobierno coalicionista o
mas bien dicho conservador.
El del sur.—¿I qué le parece, amigo,
los dineros que gastó Su Excelencia de
dónde saldrán? Usted como mas enten-
dido en política espero de que me diga.
El del norte.—Cómo nó compadrucho
le voi a decir la verdad: los dineros que
se gastaron esa noche salen de las cos-
tillas del pobre pueblo, porque él es el
pato de la boda en todo tiempo.
El pueblo da para todos los gastos
que hacen los ricos, que trabaja dia i
noche porque ellos tengan como pasar-
lo bien. Ah! qué hombres tan sin amor i
tan sin caridad para sus mismos herma-
nos! miéntras ellos se divertian esa no-
che i zalagardiaban, habrian mas de
cien mil familias pobres llorando de
hambre i tiritando de frio sin hallar
con qué abrigarse. ¿Por que no acordó
Su Excelencia con sus ministros mas
bien probar los presupuestos que hai
durmiendo el sueño de la inocencia, i
hace que tenga trabajo el pueblo, para
ganar para pasar la vida mejor i no tan
mal?
Continuará
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