—9 de Octubre de 1894—
El nueve por la mañana
A las cinco, del presente,
Se postraba penitente
De Aburto el alma inhumana;
Su muerte estaba cercana,
Por esto de su celdilla
Suplicó que a la capilla
Se le condujese a orar,
Para el perdon alcanzar
En el templo, de rodilla.
Mas de dos horas duró
Del reo aquella agonía,
Hasta que una voz se oía
«Ya es hora»: El se estremeció;
Allí la calma perdió
Y entre lágrima y sollozo
Lleváronle al calabozo:
Su marcha iba a preparar,
Allá do iria a encontrar
Su alma el eterno reposo.
Al tiempo de su partida
Para aquel fatal destino,
Pidió le sirviesen vino
En lo último de su vida;
Era su postrer bebida,
Y en tan grave situacion
Les pidió a todos perdon
Y su calvario afrontaba,
Miéntras tanto caminaba
Entre llanto y confusion.
En el banquillo fatal
Se ve a Aburto bien atado,
Solo espera el desdichado
El golpe de lei penal;
Y a una siniestra señal
Los rifles balas bomitan
Los corazones palpitan
Ante un cuadro tan atroz
Tan estúpido y feroz
Que al de salvajes se imitan.
¡¡Oh, justicia de terror
De desgraciados que jímen
En que se castiga un crímen
Con otro crimen mayor!!
Llamais como espectador
Presencie tu desacato,
Vuestro vil asesinato
Al pueblo que se pervierte,
A aquel cuadro de la muerte
De vuestro juicio insensato!!
Tiberio Graco.