Primera Parte
A tí, Virjen Sacrosanta,
Madre de Dios soberana,
Con rendimiento te pido
Que disculpes mi ignorancia;
Perdonad mi insuficiencia,
Por ser la llena de gracia.
Aquí se atreven mis labios
A hablar con toda esperanza;
Voi a dar publicidad
A lo que se vió en mi patria,
Con aquel tan sanguinario
Que al mismo Rosa imitaba,
Que en Buenos Aires estuvo
Y de todos fué cruel daga.
Aquí en Chile Balmaceda
Asesinó jente tanta,
A persoñas principales
Como de la aldea baja.
Del sacerdocio tambien
Les dió muerte, lo declaran,
Y sentenciaba el cobarde
A todos de la Escuadra,
Advirtiendo si vencia
A ninguno perdonaba
Del campo reclutó jente,
Esto era en leva forzada:
Aquel que no era rendido
Lo hacian morir a bala
De modo que desde el Huasco
Todo para el sur estaba,
Varios en espesos montes
Por el temor se ocultaban:
Al idiota con espías
Todos los días llegaban
Al Paleciolos secretos
Y el dictador les pagaba
Con billetes que él selló,
Porque nada le costaban.
Al clero le tomó odio
Y a infinitos desterraba,
Unos a Montevideo
Y a otros para la España
Y otros en dobles prisiones
Sufriendo tormenta bárbara:
Este le imitó a Neron
Cuando a Roma gobernaba
Que mandó abrir a la madre
Para ver donde él estaba.
Cuando se habia forjado
La órden fué ejecutada;
Balmaceda hizo lo mismo
Y a los pobres azotaba:
Este nuevo inquisidor
Valparaiso le irritaba
Y tenia prometido
Si en la batalla triunfaba
Que los hacia quemar
A unos y a otros degollaba,
Porque le dijo a Oscar Viel:
i de aquí jente tomaba
Del anciano al mas pequeño
Todos a una vez hablaban
Somos todos congresistas
Y a don Cárlos lo deseaban.
Cuando los diarios leian
Parece que las entrañas
Nos revolvia un cuchillo,
Y el corazen palpitaba:
Los dias eran como años,
Las horas eran semanas,
Esperando a los blindados
Y señores en la Escuadra
Otros decian de que
Veian en mares altas
Nuestra nave favorita
Y en secreto lo contaban
Diciendo tal dia vimos
Verífico a la Esmeralda:
El sueño, temor y todo,
En placer se nos cambiaba
Esperábamos pacientes
Esa hora tan deseada.
Antes que aquel tiranuelo
El cordel nos apretara,
Sintiendo los inocentes
Si el Señor no los ampara
De la barbárie inaudita
Que el apóstata declara,
Pero si habia otra cosa
Que por nos tantos rogaban.
Los Padres en los conventos
Al Hacedor le mandaban
Y estoi seguro de que
El Eterno lo observaba.
Y en los monasterios todas
Aquellas que consagradas
A Dios humilde le piden
Alcanzar aquella gracia,
Como Dios dijo al maldito:
En el desierto que oraba
La voz del justo va al cielo
Y a mi Padre Eterno agrada
Nosotros en las iglesias
Lo que se nos alcanzaba.
Con una voz suplicante
Y con fervor en compaña
Pediamos el socorro
De la escuadra que llegara;
Porque parece veiamos
El puñal en la garganta
Al concluir el mes de Agosto
Un regocijo aumentaba.
Veiamos gobiernistas
Como que se apresuraban
De aquella asta de bandera
Con el anteojo miraban.
Segunda Parte.
Aquí mi lector amado
Descansa tu pensamiento
Para notar que Santiago
Estuvo en el sufrimiento
Sin tener noticia fija.
Lo mismo pasó en el puerto,
Nunca hizo la tiranía
Arbitrio mas desonesto
Visperas del desembarco
Del ejército en Quinteros
La prohibición severa
Privando todo secreto,
Balmaceda a su placer
Tenia un dorado sueño
Con la junta ejecutiva
Para descorrer el velo.
Deliró despedazar
Lo que consiste el misterio,
Y beber aquella sangre
Todo le fué vano empeño.
La justicia custodiaba
La entrada de aquel templo,
De aquel recinto sagrado,
Asilo de nuestro aliento:
Que lo ocultaba la casa,
Del gran patricio diremos,
Eminente ciudadano
Don Melchor Concha tan pleno,
Y Toro su apelativo
Que todos le conocemos;
Seis meses le fué allanaba
En diferentes momentos
Con escrupulosidad
Pero no halló ni diseño
Nunca la fiera indomable
Hacer presa a su deseo.
Ahora referiré
El detalle mas sangriento,
Que formó la tiranía
La que no han visto los tiempos
Es la pájina mas negra
Horrorosa del recuerdo,
Durante los ocho meses
Un mar de lágrimas lleno
A nuestro querido Chile
Crimen nefando que veo,
Perpetrado en el veintiocho
De Agosto como lo pruebo
Cerca de Santiago fué
En el fundo que así creo
Que le dan nombre Lo Cañas
De su respectivo dueño.
Los anales de la historia
Se rectifican diciendo
Qque no han visto salvajismo
Semejante con tal hecho.
A los que allí ejecutaron
Mas de cuarenta mancebos
Jóvenes de distinguidas
Familias de lo mas bueno
Esperanza de la Patría
De sus padres el consuelo
Ni en las indíjenas tribus
Se ha visto horror mas perverso
Jóvenes ciento cincuenta
En verdad se habian puesto
En accion a secundar
Con propósito propuesto
Para venirse a Santiago
Si era abandonado luego
Pero desgraciadamente
No faltó quien diera el cuento.
Un delator miserable
Cobarde Judas violento
Un canalla que ha pagado
Tan pronto su mal intento
Tuvo que perder la vida.
Y sin el menor provecho.
Este impuso al dictador
Bajo un profundo secreto
De aquello que allí ocurria.
Tomó las medidas presto:
A las dos de la mañana
Despachó con un sosiego
Soldados caballería
Sin que lo supiese el pueblo,
Otra tanta infantería
A la grupa con aquellos
Al amanecer se acercan
Con canteloso silencio,
Y ántes que se apercibiesen
Los jóvenes cierto fueron
Saludados y asaltados
Con las descargas que oyeron
Completamente rodeados
Un instante resistieron.
Pero aquella iniquidad
No intimó ni rendimiento,
Emprenden la cierta fuga
Cada cual de ahí saliendo
Un don Arturo Undurraga
Era jóven injeniero
En número doce o quince
Dispuso salir primero,
Sacó un rollo de billetes
Creyendo por el dinero
Le darian iibertad
Con algunos compañeros
Así escapó con algunos
Que lo seguian al cerro
Aparece un individuo
De tan repugnante aspecto:
Era Alejo San Martin
El que dió la órden de fuego.
No hallaron otro recurso
Abrirse paso y lo hicieron
Todos salieron peleando
De aquellos los mas murieron
Pero Venceslao Aranguiz
Administrador por cierto,
Le dieron otros suplicios
Como martirio mas récio
Lo amarraron a sablazos
Porque les dijera presto
Don Cárlos Walker Martinez
Donde estaba que era él dueño,
Dijo que nada sabia
En castigo tan tremendo
Le quebrantaron las piernas
Y con parafina y fuego
Incendiaron aquel jóven
Y se quemó a fuego lento,
Tres cuartos de hora cumplidos
Duró este grave tormento
Unas cuarenta y ocho horas
Apénas se taascurrieaon
Aquella sangre inocente
Se vengó en el campamento.
De Concon, como lo saben,
Que el triunfo ha sido completo,
Ahora suplica el poeta
Le disculpen los defectos.
FIN DEL ROMANCE
Es propiedad de Nicasio García.
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